CAPÍTULO 3
Amanda paró de reír después de un rato, cuando ya fue incapaz de soportar el dolor en las tripas. Le resultaba enormemente divertida la expresión de Raúl, parecía un niño pequeño avergonzado por una chiquillada. No había sido su intención reírse de él, de veras que no, pero no pudo evitarlo, muy tarde había pensado que tal vez eso pudiera incomodarle. Pero al escuchar sus carcajadas también, se tranquilizó enormemente. En cierto modo, le recordó a su hermano pequeño, Adrian, que siempre terminaba con esa expresión al ser pillado en una travesura. Cuando ambos lograron detenerse se quedaron en un silencio conciliador. Intentando no caer en un incómodo momento, Amanda paseó su mirada por la pared de enfrente, cuando sus ojos se toparon con el reloj dejó escapar un jadeo asombrado ¡Cielos, que tarde era! se levantó como un resorte del sofá.
–¿Que vas a hacer?
–¿Qué quieres decir? –interrogó confuso.
–Bu… bueno... ya es tarde, y... –se sonrojó– creo que en esas condiciones sería mejor si pasaras la noche aquí. Es decir, bueno... quiero decir... –dudó, mas roja todavía– si te parece bien. Si no puedo decirte qué camino tomar.
Raúl la miró asombrado. Ella era sencillamente encantadora. Si te parece bien, había dicho. Quien debía estar de acuerdo era ella, pues era su casa después de todo. Pero no pudo evitar que su corazón diera una voltereta entre sus costillas cuando su cara tomó ese delicado y tan hermosamente femenino sonrojo, sencillamente su mente se había quedado estancada, varada en esa imagen celestial que se encontraba ante él. Su nerviosismo y vergüenza lo enternecieron de una manera nunca antes conocida para él.
–¿Y bien? –la ansiedad crecía cada vez más dentro de ella– ¿Que vas a hacer?
–¿De verdad lo preguntas? –Resopló– creo que sería un abuso de mi parte quedarme la noche completa.
En absoluto deseaba marcharse, pero algo así como un código de honor preestablecido dentro de su mente le había obligado a pronunciar las palabras, antes incluso de darse cuenta. Definitivamente sería un abuso, pero ¿Cómo le explicaba a su cerebro lo que ni su propio corazón entendía? Solamente tenía claro que esa carita de ángel, junto con esos ojos grandes y brillantes y su jugosa, sonriente y muy apetecible boca, eran la combinación de su propia agonía, pues estaba claro que ni siquiera lograba pensar con claridad delante de ella. Al notar su ansiosa mirada sobre él, articuló con humor.
–Te lo agradecería –sonrió ampliamente– porque daría mi vida antes de volver a salir solo por aquí –Ella sonrió -¡Oh! Que hermosa se veía- Pero Raúl no deseaba causarle más problemas– No quiero incomodarte.
–No digas tonterías –le restó importancia, como si no fuera gran cosa. Ella no lo veía así de todos modos– habría ayudado a cualquiera que necesitara mi ayuda.
–Ah –pareció decepcionado– no quisiera molestarte más y aunque agradezco tu preocupación, creo que sería mejor irme.
Amanda notó el cambio y temió haberlo ofendido de alguna manera. Su reacción fue tan rápida como inesperada.
–No me malinterpretes, lo que quiero decir es... –¿Que es lo que quería decir? Ni ella misma lo sabía con claridad– bueno, tu entiendes.
–Si claro –se levantó. De pronto se sentía molesto, irritado. Al final no le interesas en absoluto, que tonto eres hombre– entiendo perfectamente.
–Raúl, no… –buscó sus ojos, aquellas lagunas tranquilas lucían ahora atormentadas. Bravo Amanda ¡Eres una imbécil!– no…
No deseaba que se marchara, no sabía la razón, o si la sabía no lograba entenderla, pero ese muchacho lograba hacerla sentir de una manera única. Ella jamás había experimentado esos sentimientos, un anhelo de… ¿Qué? Lo desconocía. Él le transmitía calor, le inspiraba ternura, la llenaba de algo sutil y hermoso. ¿Estás loca? Le gritó la mini doctora mental, lo conoces desde hace ¿Qué, cuatro horas? Él podría ser cualquier cosa.
No lo es, le respondió ella con una sonrisa, mi corazón me lo dice, y yo le creo. Ya estaba, había tomado su decisión, no estaba segura de a dónde la llevaría, pero deseaba averiguarlo. Él seguía mirándola de esa manera extraña, como impregnándose de ella para luego poder recordarla, para tener algo de ella cuando estuviera lejos, o al menos eso le pareció.
–No… –enrojeció violentamente. Deseaba que se quedara, pero decírselo era otra cosa– Bueno… yo… es que… –tomó aire– no deseo que te vayas. Además, si te fueras estaría muy preocupada, porque no tienes identificación, ni dinero…
Raúl sintió como si dos trenes colapsaran en su interior al escucharla. ¡Dios! Cuan intensamente lo miraba, si tan solo ella supiera lo que él la deseaba. Apenas se controlaba para no caer sobre ella y besarla hasta que perdiera la conciencia, o hasta que pidiera más. Ese pensamiento lo aceleró más aún. Tal vez no fuera sensato de su parte quedarse después de todo, no sabía si podría resistirlo.
–Creo que, ya que insistes y si te hace sentir mejor, me quedo –volvió a sentarse en el sofá, tratando de esconder sus verdaderos pensamientos.
–Pero –dijo seriamente– tendrás que conformarte con el sofá.
–Será un placer, adorable dama.
Amanda rápidamente le facilitó ropa para dormir (de uno de sus hermanos), buscó una manta y una almohada para él, tratando de que él se cubriera lo más pronto posible ese abdomen trabajado que le impedía pensar con claridad. Lo dejó todo a su alcance, explicándole donde estaba el baño y esa clase de cosas. Pero luego, ella se había levantado para irse a dormir y él decididamente la había tomado por la mano para darle las gracias. Una cosa llevó a la otra y finalmente ella cedió para sentarse junto a él en el sofá. Sin importarle el paso de las horas, hablaron de muchas cosas distintas, compenetrándose más de lo que siquiera habían imaginado. Amanda moría por conocerlo profundamente, saber sus gustos y lo que lo hacía reír. Él soñaba con poder permanecer a su lado siempre, al lado de esa niña tan hermosa y amable con la que se había topado por pura casualidad. Despertar siempre con su sonrisa y sus grandes ojos chocolates mirándolo tal como lo veían ahora. Era una sensación extraña esa que le hacía sentir Amanda, nunca antes conocida, pero bien podía acostumbrarse a mirarla y sentir como su corazón triplicaba el ritmo de sus latidos, podría permanecer junto a ella eternamente. Era tan fascinante, soñadora y gentil, amaba su profesión y Raúl podría jurar que ella no había nacido para ser otra cosa, bien lo sabía por su conducta con él mismo.
–Creo que ya deberíamos dormir –dijo Amanda de pronto al fijar la mirada en el reloj de pared, con un inconfundible semblante desilusionado.
–Sí, tienes razón.
–Buenas noches –le deseó plantándole un beso en la mejilla, en un arrebato sin intención.
Había sido un mero gesto espontáneo, pero lo encendió con una facilidad espeluznante. Bien podían quemarlo con un hierro al rojo vivo y no hubiese ardido tanto. Cuando ella se separó descubrió el mismo fuego en su mirada, lo que lo impulsó a hacer lo que había deseado en toda la noche. Con un movimiento rápido se levantó del sofá y la pegó a su cuerpo, ardiendo por el brillo de esos llameantes ojos. Bajó lentamente la cabeza, dándole aún la oportunidad de alejarse (rogando que no lo hiciera), hasta que tocó con sus labios los de ella.
Sencillamente besarla era la sensación más asombrosa que alguna vez hubiese tenido la dicha de apreciar. Era como si sus labios apenas lo tocaran y a la vez arrasaran con todo lo que ellos tenían para dar, una impresión magnífica de lo magnífico que era besar a una mujer. Por un momento se le olvidó dónde estaba, su corazón le taladraba el esternón de la fuerza con la que batía, y a la vez parecía que la sangre no conseguía llegarle a todas las partes del cuerpo, era como si saliera en tropel de su pecho sólo para volver a regresar y tronarle en los oídos y… en otras partes. Besarla era la sensación más absurdamente gloriosa que hubiese sentido jamás.
Para Amanda era el cielo. No recordaba que alguien la hubiese besado de esa manera jamás. Su sistema respiratorio colapsó al instante, su corazón vibraba con una fuerza absolutamente desconcertante. Era como si sus pies se hubiesen separado del suelo y viajara en una nebulosa celestial hacia el paraíso. Y vaya beso, le gritó la doctorcita desde un rincón de su cerebro, hubiese sido más satisfactorio empezar por aquí desde un principio. Asintió mostrándose de acuerdo con ella, mientras volvía a concentrarse en lo que realmente importaba, que no era el estar repentinamente quedándose sin aire (cosa que era tan solo un poco preocupante) sino devolverle las caricias húmedas que le daba con su lengua. Explorar en su boca como él lo hacía en la de ella, con empujes largos, lentos y devastadores.
Despegó sus labios a desgana de los de ella porque repentinamente fue consciente de que si seguía iba a asfixiarla. Así que aunque lo que quería era continuar, la soltó despacio, dejando también que manara aire a sus pulmones contraídos. Abrió los ojos para encontrarse con la imagen más hermosa de ella, jadeante, sonrojada hasta la médula y completamente adorable. Era la chica más asombrosamente bella que hubiese visto jamás, pensó sin aliento. Y no podía decir que no hubiese besado a otras mujeres antes, pero ninguna de ellas le había hecho sentir esa complejidad de emociones, esa maraña de pensamientos y sentimientos que le confundían de una manera desconocida para él. Repentinamente pensó que no debería haberla besado, porque para ella era tan solo un desconocido herido que tuvo la suerte –o mala suerte– de encontrar en la calle. Pero era tarde, demasiado tarde para arrepentirse, porque además de que no había ya vuelta atrás, él realmente no se retractaba de ello. Así, aunque no pudiese quedarse a su lado, aunque no pudiese verla ya más, al menos tendría el recuerdo de su boca. Sin embargo, reconoció, que el pensamiento de no verla nunca más se le antojaba terrible.
–Bu… buenas noches –logró articular Amanda.
–Buenas noches –declaró mientras ella se marchaba– hasta mañana, princesa –murmuró, la somnolencia desterrada totalmente de su cerebro.
Amanda se acostó en su cama, llevó la colcha mullida hasta su barbilla y cerró los ojos, aún rememorando el beso más increíble de su vida. No le sorprendió demasiado darse cuenta de que no iba a poder dormirse fácilmente.
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Despertó con un olor clavado en sus fosas nasales. Era un olor delicioso, y su estómago reaccionó en seguida reclamando. Estaba hambriento. A desgana fue abriendo los ojos, lentamente, para saber de dónde provenía ese maravilloso aroma. Por un segundo no reconoció el lugar donde estaba, hasta que escuchó la voz que arrulló sus sueños toda la noche. Sonrió entonces, imaginando cómo se sentiría despertar así todos los días.
–Buenos días –le dijeron desde la cocina– ¿Has dormido bien?
–Más que bien –sonrió al comprobar que era totalmente cierto.
–¿Cómo sigue esa herida? –mencionó preocupada.
–Mejor, gracias a ti, por supuesto.
Raúl sonrió más ampliamente al escuchar el sonido modesto que provino desde la cocina. Sencillamente a ella no le agradaban ese tipo de comentarios pretenciosos.
–En el baño tienes ropa para que te cambies. No puedes ir por la calle con la ropa llena de sangre, además –dijo riendo– no quiero que te desmayes por ahí.
–Que graciosa –No estaba acostumbrado a que se burlaran de él, pero lo aceptaría porque se trataba de ella– ¡No te lo dije para que te rieras!
–Lo sé, discúlpame, pero no tienes nada de qué avergonzarte –lo miro con sus ojos llenos de ternura, sus mejillas coloreadas.
–Voy a lavarme, ya vuelvo para ayudarte –Ella negó, pero Raúl insistió, era lo menos que podía hacer.
En el lavabo se mojó la cara y un poco el cabello. Ella le dejó un cepillo para las visitas y se lavó los dientes, sorprendido por la previsión para todo que ella parecía tener. Amanda, era una caja de sorpresas y aunque no se lo proponía, verla desataba todos sus instintos. El recuerdo de su beso aún estaba intacto en su mente, pero no quería presionarla, además, no estaba seguro de qué pudiese resultar de ello. Suspirando resignadamente terminó de cambiarse, se observó en el espejo –aceptando que no estaba tan mal su apariencia– y salió. Para su sorpresa, ella había servido el desayuno para los dos. En ese preciso momento reparó en que ella llevaba puesto el uniforme del hospital ¡Se veía tan hermosa! el color azul oscuro resaltaba la blancura de su piel, y llevaba su largo cabello atado en una coleta alta. Se forzó a mirar a otro lado, antes de que ella notara su escrutinio.
Comieron en silencio, pues aunque ella quería romper el hielo, no estaba segura de cómo hacerlo. No quería arruinar el momento, o lo que sea que había pasado entre ellos la noche anterior. Pero tampoco le gustaba quedarse callada, era como si el silencio fuese un mudo reproche por sus conductas. Ella no se había retractado en absoluto, aunque no se consideraba a sí misma audaz o mucho menos seductora, para ella se había sentido bien. Más que eso, se había sentido como lo correcto, lo justo, lo necesario. La huella de sus labios aún estaba presente en ella, aún podía sentir la tibieza de su toque, y ella había respondido de igual forma. No había razón en el mundo que la hiciera dudar, pero no encontraba la manera de decírselo sin parecer una completísima tonta.
Así pasaron los minutos, entre miradas y sonrisas, pero sin palabras. Hasta que llegó el momento de separarse, para ambos. Dejaron el apartamento de ella un poco cabizbajos, aborreciendo al tiempo que no les había brindado más momentos, más segundos para permanecer en mutua compañía. Juntos caminaron algunas cuadras hasta llegar a una calle más concurrida, donde sus caminos se separaban. Se detuvieron en la acera, ella debía dirigirse al hospital o llegaría tarde, pero no quería despedirse de él, ese hombre que la miraba con esos ojos verdes que la vigilaron en sus sueños, esos ojos que la amarraban a él de manera inevitable. Amanda notó de pronto que sentía una presión extraña en el pecho, que reconoció inmediatamente: tristeza. Se sentía afligida por su separación. Pudiese ser que sólo lo conocía de una noche, que nunca antes lo hubiese visto y que a grandes rasgos, no lo sabía todo de él, pero, su corazón se desbordaba de pena por ello. ¿Qué podía hacer? No estaba segura.
–Bueno, creo que aquí nos despedimos –concluyó con una débil sonrisa, sin saber que mas decir.
–Lo sé. Muchas gracias por todo, Amanda –arguyó con impotencia. Deseaba decir algo más, pero ¿qué?
–No hay nada que agradecer –su sonrisa tembló.
Raúl notó como su sonrisa se apagaba, así que no dudo más y tomando su cara entre las manos, acercó su boca a la de ella. Rozó sus labios con los de ella de una manera suave, para disfrutar al máximo de su sabor, de la dulce esencia de sus besos, del olor frutal de su cabello y su piel. De su hermosura al cien por ciento. Se separaron con renuencia, perdiéndose ambos en los ojos del otro.
–Adiós… Raúl –susurró ella.
–Adiós, princesa.
Raúl la miró perderse en la multitud de personas con una sensación rara en el pecho. No había dejado de sentirlo desde la mañana, cuando se había dado cuenta que pronto se iría y ya no volvería a verla. Apenas se había marchado ella y ya sentía el vacío. Realmente iba a extrañarla, pensó de pronto aturdido mientras se introducía en el taxi que lo devolvería a su monótona y repetitiva vida diaria. Espero volver a verte Amanda, pidió mientras el auto se perdía en la dirección contraria.
Amanda giró su cabeza justo para ver al taxi arrancando en la dirección opuesta a la de ella. Por un momento sus pies estuvieron a punto de correr tras él, pero ella se había sujetado firmemente al pavimento para resistir. No había nada más que hacer, las cartas ya habían sido jugadas. Jamás iba a olvidarlo, pensó con una sonrisa triste, él era maravilloso y atesoraría cada segundo vivido a su lado. Continuó su camino con ese pensamiento y, tocando suavemente sus propios labios, estuvo totalmente segura de que su vida ya no iba a ser la misma.
¡Ey, qué sorpresa, dos capis en un mismo día!
ResponderBorrar¡Ay, Dani, estos dos tienen que volver a verse, please!
Besos,
Bri