CAPÍTULO 2
El misterioso y atractivo sujeto que caminaba con la ayuda de Amanda andaba con paso lento y vacilante. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no gritar una maldición a los cuatro vientos, porque en verdad el dolor era agobiante y no le daba ni un segundo de respiro... ¡Diablos! era insoportable, pero al pensar en ella, al mirarla, le llegaban fuerzas no sabía de dónde, para resistir los interminables dos pisos de escalones que debían subir. Parecía que sabía muy bien lo que estaba haciendo, la forma en que lo sujetaba y le daba instrucciones de tipo “respira lentamente” o “caminemos despacio” se lo mostraba abiertamente. Ya no está asustada, concluyó un momento más tarde, sintiéndose extrañamente más aliviado.
Sus pensamientos iban y venían entre la presencia de la chica y las fuertes y desesperantes punzadas de dolor que le atravesaban todo el costado, no quería admitirlo pero se estaba mareando...
–¿Te encuentras mal? –Murmuró preocupada al notar que apretaba los párpados– Resiste un poco más, ya llegamos.
–Bueno... –exhaló– no es mi mejor día.
–Espera un momento –lo ayudó a apoyarse en la pared mientras abría la puerta con manos temblorosas– ya está, vamos.
Uniendo la acción a sus palabras Amanda lo ayudó a caminar tironeando de su cuerpo lo más delicadamente que pudo, tratando de no tocar la zona herida. Lo guió hasta el sofá, donde él se sentó pesadamente e inmediatamente fue a buscar el botiquín de primeros auxilios. Al volver se sentó frente a él.
–Quitemos esto –dijo abriendo su camisa– necesito ver esa herida.
–Espera –objetó– ¿Qué piensas hacer?
–Pues curarla ¿Qué otra cosa?
–Eh... ¿Segura? –su aversión comenzaba a ser desesperante para Amanda.
–Soy doctora –lo miró fijamente, silenciándolo– y sí, estoy segura ¡Déjame ver!
Examinó la herida minuciosamente, recordándose mentalmente no vagar su mirada por esos abdominales perfectos que tenía, ni imaginarse si su piel dorada sería tan suave como parecía. Concéntrate, se regaño a sí misma, pero no podía evitarlo, sus ojos se movían solos, abarcándolo todo ¡Ya basta! Gruñó molesta, y forzó a sus pupilas a fijarse en lo que tenía que examinar. Afortunadamente era un corte limpio y poco profundo, suspiró aliviada, podría curarlo sin tener que llevarlo al hospital.
–No está tan mal como pensaba –aseguró mas aliviada.
–¿Estás segura? –a él le parecía espantosa.
–He visto algunas mucho peores... –levantó la vista hacia él y sonrió– te pondrás bien.
Ambos se miraron fijamente durante varios segundos. El corazón de Amanda comenzó a golpearle el pecho desde adentro, tan rápido y tan fuerte que temía que él pudiera escucharlo, se le secó la boca y su respiración se volvió una serie de jadeos superficiales, pero no podía evitarlo. Era el hombre más hermoso que había visto nunca. Su cabello del color de la miel, corto y ligeramente despeinado, su nariz cincelada, sus labios perfectos.... y esos ojos verdes semejantes a un lago tranquilo y cristalino, que la miraban de forma extraña. Solo entonces le cayó la ficha de que se había quedado mirándolo embobada como una perfecta tonta, víctima de unas sensaciones que habían permanecido dormidas y que ahora saltaban a la vida. Ese hombre era un total y absoluto extraño. Por dios ¡Ni siquiera sabía su nombre! Avergonzada, apartó la mirada hacia la herida que había olvidado por completo.
–Te traeré algo para el dolor –declaró huyendo hacia la cocina sin levantar la mirada.
Él siguió su camino con la vista, aliviado. Si que era una muchacha peculiar, pensó, pero cuando su mirada curiosa lo recorrió sin reparos él se había sentido enormemente acalorado. Bastó reconocer el brillo apreciativo en su mirada para que un río caliente navegara por sus venas. Luego lo había mirado directamente y el calor se había propagado por todo su cuerpo. Necesitó pensar en otra cosa para no lanzarse sobre ella y besarla como deseaba, así que cuando se levantó se sintió agradecido de su sensatez.
Detalló más el lugar donde se encontraba en un intento por olvidar el calor y el dolor, que se entremezclaban atormentándolo. Era un apartamento modesto pero de muy buen gusto, todos los muebles armonizaban con el estilo sencillo de ella, y curiosamente parecían llevar su huella en ellos. Todo en el apartamento era como ella, sencillo pero hermoso. Hermosa, si que era hermosa. Y allí iba a pensar de nuevo en ella, en los ojos marrones que lo miraban con amabilidad y confianza, su nariz pequeña, sus labios delgados y sonrientes, su cuerpo esbelto y grácil. Aún no se su nombre, pensó al verla volver.
–Toma esto, te sentirás mejor.
–Muchas gracias.
–Me encargaré de esto –señaló el corte.
Amanda convocó toda su fuerza para que sus pensamientos sólo se limitaran a la herida que debía atender en ese momento. Su mini doctora mental le sancionó por su comportamiento, así que siguiendo sus consejos se enfocó en su trabajo. Con mucho cuidado limpió la sangre que escurría por su trabajado abdomen, ya casi no sangraba, afortunadamente sanaría perfectamente en algunos días, desinfectó el corte y le esparció gel cicatrizante. Luego lo cubrió con una gaza para que no se infectara. Su intención de concentrarse en la herida se le estaba poniendo difícil, ya que no podía evitar mirar su vientre plano y marcado, volvía a sentirse acalorada así que apretó los ojos con fuerza. No era correcto lo que flotaba en su mente por lo que comenzó a hablar para distraerse de sus erráticos pensamientos.
–¿Qué te paso? –preguntó en un susurro sin levantar la cara.
–Bueno...salía de la casa de una... –dudó– de una conocida. Pero hacía mucho que cayó la noche y yo no conozco muy bien esta zona –él se detuvo como si no quisiera hablar del tema, pero Amanda necesitaba saber.
–Continúa
–Yo pensaba tomar un taxi, pero no pasaba ninguno, así que comencé a caminar –negó con la cabeza– grave error, porque como dos calles después unos tipos me cercaron para robarme.
–¿Qué? –estaba atónita.
–Como yo me negué uno de ellos intentó apuñalarme.
–¿Así sin más? –al verlo asentir se quedó sin palabras.
–Al final se fueron, pero se llevaron mi billetera y el dinero que llevaba conmigo, por eso seguí caminando. Creo que pasé como cinco o seis calles, hasta que tuve que recostarme en una pared porque el dolor era insoportable –sus gestos cambiaron del enojo, a la desesperación y luego... agradecimiento– hasta que tú me encontraste.
–Ya veo –susurró.
–¿Qué te sucede?
–No, nada –trató de sonreír– es que me asusta un poco. Esta zona generalmente es muy tranquila, ahora voy a recordar eso cada vez que llegue a casa, en especial en la noche
El frunció el ceño. ¿Salir en la noche? ¿Cuándo? ¿Con quién? Se sorprendió de sus curiosos pensamientos, ella no tenía porque dale explicaciones, y mucho menos tendría que importarle con quien sale. Intentó apartarlos aclarándose mentalmente que eso no era su asunto, y recordó algo importante.
–¿Cómo te llamas? –interrogó bruscamente presa de un repentino mal humor.
–A… Amanda.
–Un placer Amanda, mi nombre es Raúl, y lamento que tuvieras que conocerme de este modo –no podría dar una peor impresión aunque lo intentara con todas mis fuerzas.
–No te preocupes –dijo resignada– a veces suelen sucederme cosas extrañas, no te ofendas –reparó apenada.
–No me ofendo pero... –palideció de pronto y tuvo una arcada– ¿Me prestas el baño?
–Respira profundo –ordenó profesionalmente– recuesta la cabeza hacia atrás.
Él acató la orden, con calma respiro lenta y profundamente con la cabeza recostada al espaldar. Ella se sentó a su lado y le rosaba con suavidad el cabello para calmarle el mareo. Raúl olvidó completamente su malestar, solo sentía esas manos pequeñas y delicadas acariciar su cabello, era una sensación tan placentera que deseaba ardientemente que no se detuviera, que siguiera tocándolo. Sus cuerpos estaban muy cerca, lo que provocaba que su corazón comenzara una alocada danza dentro de su pecho y que la lava volviera a correr furiosa dentro de sus venas. Sintió unas incontenibles ganas de besarla, e iba a hacerlo pero el contacto cesó de pronto, por lo que abrió los ojos rápidamente y se topó con la mirada chocolate de ella tan cerca, demasiado cerca.
–¿Te encuentras mejor? –sus labios estaban a solo un paso…
–Si –contestó apenas, y se movió más hacia ella.
Amanda se dio cuenta de sus intenciones y aunque deseaba besarlo más de lo que podía comprender, no lo hizo. Tal vez, él sólo quería mostrar su agradecimiento de ese modo, pero para ella significaría otra cosa, algo mucho más profundo. No permitió que eso estropeara la conexión que parecía haber entre ambos, por eso se alejó. Raúl comprendió su decisión cuando ella se alejó, ahogó un suspiro de frustración y se tragó su deseo, sintiendo la repentina necesidad de explicarse.
–Lo siento, no era mi intención –ella le murmuró un no te preocupes, no muy convincente.
–¿Ya te sientes bien?
–Sí, lo que sucede es que la sangre me marea –confesó abochornado–. Y cuando la vi–señaló y ella volteó la mirada hacia la prenda que en efecto, estaba manchada de rojo– no pude evitarlo, discúlpame.
–No... no te.... –Amanda se mordió el labio para no reír.
Al notar que ella contenía la risa con esfuerzo se sintió molesto, su orgullo ya había resultado bastante lastimado.
–No es gracioso –objetó enfurruñado, detestaba que se burlaran de él.
Ella ya no paraba de reír. Y Raúl olvidó su tonto enfado al escucharla, pensó que era un sonido maravilloso por lo que se dejó llevar por él. Después de unos segundos el empezó a reír abiertamente también.
¡Hola, Dani!
ResponderBorrarPasando a leerte.
El capi estuvo muy lindo, y me gustó ver cómo los protas se atraen mutuamente.
Mmmm, ¿de dónde vendría Raúl? Ya empiezan los misterios je, jee.
Feliz semana.
Besos,
Bri
PD: Te dejo mi e-mail brianna.callum@yahoo.com.ar
ResponderBorrar¿Me podrías enviar un mail así me queda tu dirección de correo electrónico? Porque me gustaría enviarte algo que creo te va a servir muchísimo.
Besos,
Bri
Bri! muchas gracias por tus comentarios. Espero que te este gustando la historia. Muchas gracias por tu sugerencia, me pondré en contacto, no te preocupes.
ResponderBorrarGracias, un abrazo grandote.