CAPITULO 4
–¡Amanda!
Al escuchar su nombre levantó la vista, para encontrar de frente a Roberta, una de sus compañeras y amigas del hospital. Entonces fue que se dio cuenta de que le estaba hablando, de hecho, debía de llevar un rato llamándole.
–Discúlpame –se avergonzó de su despiste– ¿Que me decías?
–Que ya se terminó el descanso, es hora de volver al trabajo –dijo alegremente.
–Sí, voy en seguida. Tú ve delante.
Amanda suspiró mientras veía alejarse a Roberta, agradeciendo en silencio que la despertara de su letargo. Eran horas de trabajo y debía concentrarse. Se levantó de su asiento y caminó con resignación hacia la jefatura para tomar sus rondas. Mientras avanzaba, no pudo evitar recordar el sueño que había tenido la noche anterior, en donde volvía a encontrarse con un misterioso personaje. Un apuesto hombre de más o menos un metro ochenta y tantos de estatura, que le sonreía desde el otro lado del pasillo, con esos labios delgados pero hermosos cuyo sabor recordaba perfectamente. Pero lo que más adoraba de ese sensual rostro eran los hipnotizantes y hermosos ojos verdes que poseía, unos ojos que le robaban el aliento con tan sólo mirarlos, porque en ellos se reflejaba su carácter sencillo y agradable, su inteligencia y astucia brillaba perenne en aquella mirada. Aquellos ojos que la atraían una y otra vez como la miel atrae a las abejas, eran capaces de quemarla cuando los miraba fijamente. Pero antes de llegar a él, el misterioso pero arrobador caballero desaparecía del lugar, dejándola sola y vacía. Con una tristeza infinita que ni siquiera era capaz de expresar con palabras.
Se detuvo de repente antes de cruzar la esquina, y se recostó en la pared tratando de mantener a raya las lágrimas que le quemaban los párpados. En todos esos días no se había permitido llorar, aunque lo había deseado apenas continuara su paso aquel día, y ya estaba comenzando a sentit las consecuencias. Estaba llegando al límite de su resistencia, sus nervios no aguantarían mucho más.
Lo extrañaba, y mucho. Sólo habían compartido una noche, y no en el sentido que muchos pensarían. Solamente el mejor beso de tu vida, le murmuró llorosa y apenada la doctorcita, nada más que eso.
Pero igual lo extraño, le susurró ella al aire. Aún ella misma no entendía completamente la razón, pero en su corazón sabía que jamás volvería a conocer a una persona como él, porque añoraba volver a verle, porque ansiaba escuchar su risa de nuevo, volver a besarle... Porque la forma en la que la hacía sentir era como si... Eres una tonta, Amanda, se recriminó por millonésima vez, mientras tomaba una bocanada de aire y continuaba la marcha hacia sus rondas.
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–Amanda, últimamente pareces un poco triste –declaró Roberta– ¿Te sucede algo malo?
–No Rob –negó, mientras salían juntas del hospital– Nada importante, te aseguro.
–Me preocupa. Últimamente pareces melancólica, distraída...
–Te prometo que no es nada –tranquilizó– ¿Cómo ha estado tu hija?
–Mara está bien. Aunque te confieso que a veces me da la guerra –sonrió– pero la amo.
Amanda observó detenidamente el semblante cansado pero alegre de Roberta y sintió mucha simpatía por ella. Apenas era mayor por dos años, pero ya era madre soltera. Eso le parecía increíblemente admirable. Tener sobre tu cabeza tantas responsabilidades y por encima aún le quedaba oportunidad de preocuparse por otros. Esa era una de las razones por las que se llevaban tan bien, ambas compartían esa excesiva preocupación por todos los que las rodeaban.
–Me alegro, de verdad –alegó sonriendo también.
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Siguieron conversando hasta que Roberta se separó en dirección a su casa unas calles más tarde. Amanda continuó su camino, afortunadamente el hospital quedaba a unas cuantas cuadras de la torre de apartamentos en donde vivía, porque ciertamente después del episodio del mes pasado no dejaba de incomodarle el andar sola y de noche por las calles.
Entró a su hogar y cerrando la puerta detrás de ella, respiró tranquila. Dejó su bolsa en el sofá sin fijarse realmente, y caminó hacia la cocina. Mirando el refrigerador recordó que había dejado intacta su bandeja en el descanso del almuerzo, así que, sintiendo sus tripas sonar ruidosamente, decidió que ya había soportado suficiente hambre por ese día. Cogió el teléfono y pidió una pizza con extra de pepperoni a la tienda de la cuadra. La llegada de la pizza le dio el tiempo suficiente para darse un baño y cambiarse de ropa, finalmente cuando la tenía se instaló frente a la tv.
Pasó un tiempo antes de que Amanda decidiera irse a dormir, pero estaba realmente agotada y debía reponer energías. Al pasar frente al balcón no pudo evitar mirar el cielo, soltó un suspiro y abrió las puertas para salir. Miró al cielo nuevamente, no había luna esa noche, y las estrellas parecía que estaban de vacaciones porque tampoco se notaban, era una oscura y fría noche de comienzos de invierno. Solo algunas de ellas portaban por el firmamento. Sin poder evitarlo volvió a pensar en él. Raúl. Lo había encontrado en una noche parecida a esa, solo que en aquella ocasión, el cielo los había obsequiado con miles de puntitos brillantes.
Aunque intentaba con todas sus fuerzas seguir adelante con su vida, no lograba quitarse de encima ese desasosiego que sentía. Era como si su corazón le repitiera constantemente que había perdido algo muy importante, y ella realmente lo creía así. Porque para ella Raúl siempre sería alguien único, especial. Estaba segura de que nunca conocería a otro como él, y si se arrepentía de algo, era de no haberse dado una oportunidad, si es que la había, para ser algo más. Tal vez debiste arriesgarte, le comentó la odiosa y muy inoportuna mini doctora. Es tarde para decírmelo ahora ¿No te parece? Le reclamó ella en su mente a su conciencia. Últimamente, su conciencia le llegaba inesperadamente con ideas extrañas, como si debía de creer en el amor a primera vista. Suspiró desalentada, se temía que ya no pudiese averiguarlo ¿Cómo saber si es amor lo que siento si nunca vuelvo a verlo? Ni modo que esté enamorada toda la vida de alguien invisible. Si tan solo su corazón comprendiera las razones, todo sería más sencillo, pero empezaba a temerse que el vacío en su pecho no se llenara nunca.
Cansada de esperar respuestas que no llegaban de ninguna parte, caminó de nuevo hacia el interior de su apartamento. Convencida de que él no iba a aparecer esa noche, ni ninguna otra.
–Me pregunto si volveré a verte otra vez –le susurró al viento que le mecía el cabello– de verdad lo deseo.
Se dirigió a su habitación y se acurrucó en su cama. Si no podría verlo en persona, al menos lo vería en sus sueños...
¡Hola, Dani! ¿Cómo estás?
ResponderBorrarMe gustó mucho el capítulo.
Pobre Amanda; yo creo que sí, que lo de ella ha sido amor a primera vista... ¿Volverán a verse? ¡Espero que sí!
Besos,
Bri