CAPÍTULO 1
A Amanda le encantaba mirar las estrellas. Aquellos miles de puntos luminosos poseían la capacidad de hacerle olvidar sus penas, sus temores y sus fracasos. Era como presenciar el aleteo constante de mariposas hermosas, que la alentaban a seguir adelante a pesar de los problemas. Diamantes resplandecientes que la instaban a anhelar lo único que realmente nunca había conocido: Amor. Pero no el amor familiar que se siente por los padres, no, el amor que ella deseaba es ese amor intenso y salvaje que existe entre un hombre y una mujer, ese amor único que te encadena a otra persona y te hace pensar en ella en todo momento, ese amor que te lleva al cielo y te hace tocar las estrellas. Ese amor que dura eternamente. Suspiró soñadora, perdida en la inmensidad de la noche llena de puntitos brillantes, que titilaban con mayor intensidad para aquellos, como Amanda, que se detenían el tiempo suficiente para admirarlos.
Cuando se disponía a entrar al apartamento escuchó un ruido que la detuvo en seco, algo como metal chirriando estrepitosamente proveniente del callejón de atrás la sorprendió, dejándola clavada en el suelo. El temor batalló arduamente con la curiosidad y siendo esta última la vencedora, se movió sigilosamente hasta la esquina del balcón por la que veía el callejón, se escondió dejando sólo una porción de su cabeza para observar lo que estaba pasando, entornando los ojos esperó unos segundos... Cuando la luz de la farola dio con la sombra, ella pudo verlo.
¡Santo Dios! Exclamó totalmente incrédula al ver que un hombre se apoyaba en la pared contraria a donde ella estaba. Con la poca luz amarilla que apenas lo alumbraba lo notó pálido y también, observó preocupada, un hilo de sangre que nacía de su costado derecho. Sin apenas respirar, se levantó de su postura acuclillada y entró apresurada al livin, tomó las llaves del apartamento, y voló por las escaleras dos pisos hacia la salida del edificio. Su instinto médico habló por encima de su pánico, gritándole que debía ayudarlo. ¡Entendido! Le murmuró a su vocecita mental.
Atravesó el umbral a toda velocidad, cruzó la esquina y pudo verlo más detalladamente. Él seguía en el mismo sitio con la cabeza baja por lo que ella no lograba verle el rostro, sin embargo, lo que sí pudo apreciar bastante bien fue su cuerpo grande y musculoso, noto como levantaba uno de sus poderosos brazos para cubrirse la parte herida con la mano y siguió el movimiento con la mirada. ¡Uff, que cuerpo!, pensó de pronto, sintiéndose escandalizada y abochornada a partes iguales por sus pensamientos. ¡No es momento de pensar esas cosas! se reprochó a sí misma mientras se detenía a su lado. Sacudió la cabeza para sacarse esas erráticas ideas y atar esos ridículos nervios que comenzaban a atenazarle, impidiéndole concentrarse en lo importante, por ejemplo, que el guapo hombre parecía a punto de desmayarse.
–Señor ¿Se encuentra bien? ¿Qué le sucedió? ¿Puedo ayudarle en algo? -no podía parar de hablar por culpa de los nervios– ¿Quiere que llame a alguien? o...
Amanda se detuvo cuando él levantó la mirada hacia ella, notándola nublada por el dolor. Dudó por un momento, sintiéndose aún más nerviosa.
–Me… encuentro bien –murmuró entrecortadamente– es solo un rasguño.
–Se ve muy mal, déjeme ayudarle.
Él inhaló bruscamente, tragándose su dolor, porque no quería delatarse ante la chica. Era una herida pequeña, pero dolía muchísimo y eso sólo lograba que sus pensamientos colisionaran unos con otros en su mente.
–No creo que deba preocuparse por su orgullo en este momento –dijo ella de pronto.
–No...
–Está herido –señaló– por la forma en que mira los alrededores me atrevo a decir que no está seguro de en donde se encuentra y definitivamente necesita ayuda.
–Yo... –suspiró, la chica era muy lista, pensó– ¿Me podría indicar hacia donde queda el hospital más cercano?
–Venga conmigo –Dijo mientras tomaba uno de los brazos de él y lo pasaba sobre sus hombros, a la vez que rodeaba su espalda. No estaba segura de porque insistía, pero algo le instaba a hacerlo. Tal vez fuera por el rictus de dolor que notaba en su rostro, pese a que trataba de parecer tranquilo. O tal vez se debía a que era médico y sentía la vocación de ayudar a personas en apuros... No estaba segura– yo vivo en esta torre de apartamentos, le ayudaré.
–No se moleste, estoy bien –terció, aunque empezó a caminar a la par de ella. No tenía de porqué lo estaba ayudando, pero… – gracias.
Ella le contestó con una sonrisa. Una sonrisa hermosa, pensó él. Bueno, la verdad es que aunque en ese momento tenía el ceño levemente fruncido y los labios apretados, no se pudo negar a sí mismo que era realmente preciosa. Sonrió mentalmente ante semejante disparate, ella solo le estaba ayudando sabrá Dios porque y en lo único que podía pensar es que ella era realmente atractiva. Que tonto, se insultó mentalmente. Dejó de pensar esas tonterías y se concentró el seguirle el paso, siempre tratando de no ver la herida.
Amanda agradeció mentalmente el hecho de ser bastante alta y fuerte, porque tenía que cargar con una buena parte del peso del hombre, que pese a su esfuerzo no lograba mantenerse. Se abstuvo de preguntarle lo que le había pasado porque era consciente de que le dolía enormemente y le costaba hablar. Ya podrás preguntarle luego, le sugirió su mini doctora mental. No se permitió pensar que el hombre tal vez podría ser un ladrón, o algo peor, porque sólo empezaría a llorar o algo parecido. Disimuladamente estudió su apariencia, su vestimenta era fina, camisa blanca impecable -bueno, excepto por la sangre-, pantalones de vestir bien acabados, zapatos negros limpios.... Bueno, en efecto no parece un ladrón, se quejó otra vez su conciencia.
Tal vez, ella está asustada, pensó al notar que ella se detenía en el umbral. Buscó su mirada y notó la duda en ellos. En esos ojos hermosos ojos café brillaba la preocupación batallando con la duda. Ciertamente podía pensar lo peor de él, pero no deseaba que ella desconfiara, no después de la honesta y apreciativa mirada que le había dirigido en un principio. Necesitó compensarla de alguna forma, así que le dio voz a la pregunta que seguramente bailaba dentro de su cabeza.
–No tienes que asustarte –le dijo con una sonrisa tierna– no soy ni ladrón, ni delincuente de ninguna clase. No te preocupes.
Ella pareció leer en esos iris claros y luminosos durante unos momentos y la sinceridad que encontró en ellos fue suficiente. Después aclararían el resto de la historia.
- De acuerdo. Vamos entonces...
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Bueno hasta aquí dejo mi primer capítulo, espero que les haya gustado. Ya saben: cualquier opinión, sugerencia o crítica, comenten.
Nos vemos el próximo miércoles con el siguiente capítulo. Hasta entonces.
DANI! =D
¡Hola, Dani!
ResponderBorrarMe gustó este primer capi. La historia promete, y me encantará seguir leyéndote, así que aquí me tendrás cada miércoles.
Besos,
Bri
Gracias Bri por tu comentario. La verdad me alegra que te haya gustado, y espero seguir mejorando en cada capitulo.
ResponderBorrarA propósito, me encanta tu trabajo, también estoy ahí cada martes y jueves.
Si tienes alguna sugerencia para mi blog, estaré encantada de oírla.
Un abrazo!