Éste mes, nos tocaba escribir relatos cortos acerca de un tema, evitando utilizar las palabras claves que se tomarían para describir dicha escena.
Solo hice una, porque estuve corta de tiempo, y a pesar de todo quería participar.
La escena que escogí fue: Un encuentro amoroso, donde no se podían usar las palabras: amor, cariño, pasión, deseo o lujuria.
El relato que resultó fue el siguiente:
Tropiezos
Era increíble cómo el hecho de levantarte tarde
podía darle un giro de setecientos grados a tu vida.
Esa mañana, lo último que Víctor se imagino, era que
su despertador no sonaría. Pero eso fue lo que sucedió. Y como resultado, se
levantó cuarenta minutos más tarde de lo que quería, ocasionando que en lugar
de tomar una ducha minuciosa —como cada mañana—, tuviese que lavarse los
dientes a toda máquina, colocarse un poco de desodorante y peinar su cabello
rizado con los dedos en lugar de un cepillo y gel, intentando no parecer un
perro recién bañado.
Se puso su elegante traje a una velocidad que el
mismísimo flash envidiaría, y salió volando por la puerta de su pequeño
apartamento, bien consciente de que tendría que hacer la mayor parte del camino
a pie si quería evitar el tráfico. ¿Y por qué era tan importante llegar
temprano, se preguntarán? Eso es sencillo. Hoy era el primer día de trabajo de
Víctor.
Que, por lo visto, comenzaba con el pie izquierdo,
tomando en cuenta los sucesos que siguieron en esa mañana:
Por salir a trompicones de su apartamento, llevaba
la corbata desanudada a ambos lados de del cuello, mientras luchaba con su
impecable chaqueta negro medianoche para que se mantuviera alejada del suelo, mantenía
sus impolutos zapatos apartados del barro de la avenida y peleaba con el serio y eficiente maletín que había comprado para llevar todo el material que
necesitaría en la oficina. Luchando furiosamente con la punta de su corbata, desesperado
por arreglarla, desvió la mirada hacia su pecho por dos segundos. Dos segundos
que ocasionaron el segundo desastre de la mañana: tropezar. Tropezar como un
idiota con un desnivel de la acera y caer de bruces sobre el pavimento.
Pero la dura y fría acera no fue lo que recibió el
impacto de sus noventa y tres kilos seiscientos. Fue un cuerpo, uno
particularmente suave, que quedó atrapado entre él —una descoordinada bola de
carne humana— y el suelo. Víctor se quedó sin respiración,
mientras levantaba la mirada hacia la persona que había atropellado en medio de
su torpe preceder. El par de ojos más bonito que había visto se encontró a
medio camino con su mirada, logrando que su corazón se disparara en un frenesí
atronador dentro de su pecho.
Se quedó ahí, mirándola, como el tonto más tonto del
planeta. Hasta que ella carraspeó suavemente.
—Lo
siento. ¡Dios, lo siento mucho! —se disculpó él, su rostro inundado por un
rubor bochornoso de proporciones colosales.
Pero
la chica, para sorpresa de él, no lo insultó como Víctor se había imaginado.
Simplemente se echó a reír.
—Eso
fue divertido. E inesperado —comentó ella, con la risa aún escuchándose en su
voz—. No me mal entiendas, pero creo que sería mucho más cómodo levantarse del
suelo ¿No crees?
La
vergüenza de Víctor sólo aumentó ante lo que ella había dicho. Gimiendo internamente,
se separó de ella, con movimientos precisos que no lo dejaran más aun en
ridículo. Una vez en pie, le tendió la mano a ella hasta colocarla en posición
vertical.
—¿Estás
bien? —preguntó Víctor, preocupado—. No quise lastimarte en ningún momento, por
favor discúlpame. No estaba mirando por dónde iba, y con lo torpe que sé que
soy tendría que haber estado más pendiente de por d…
Cortó
su explicación ante el gesto de ella para que se detuviera.
—Está
bien. Deja de disculparte. No me he lastimado, tú no te has lastimado —le dio a
su voz un tonillo interrogante, ante el cual él negó con la cabeza—. Excelente.
Entonces está todo bien.
Ella
le estaba sonriendo de una manera tan tierna, que él solo pudo mirarla ahí de
pie, en medio del concreto pisoteado por transeúntes, escuchando la música
alocada que el corazón le cantaba en el pecho.
—Soy
Víctor —declaró. Su boca soltando las palabras incluso antes de que su mente se
diera cuenta de lo que iba a decir.
—Soy
Ana —ella volvió a sonreírle de esa manera tan suya, manteniéndolo atado a ese
instante, a ese lugar, con ella—. ¿Quieres un café? De pronto siento que muero
por uno.
Víctor
simplemente asintió. No sabía por qué, pero ya no le importaba más si llegaba
tarde al trabajo.
FIN
Precioso relato, me ha gustado mucho Víctor, que desastre!!!
ResponderBorrarPero le ha venido muy bien levantarse tarde!!
Un saludo!!!
Daniela: Muy lindo que es el romance, pero, ¡ay, que materialista soy!, ¿con qué piensa mantener a la chica, digo yo, si lo más seguro es que ya perdió el empleo?
ResponderBorrarBuen relato.
Cariñosamente: Doña Ku
Jajajaja creo que tienes razón, no pensé en eso.
Borrargracias por comentar chicas!!!
QUE LARGO PARA UN MICRO.. PERO MUY BIEN REDACTADO !! BESOSS
ResponderBorrarEs muy bonito :) ¡Qué me gustan las historias de amor!
ResponderBorrarLa única pega que puedo poner es que da la impresión de que superas las 500 palabras ( no las he contado, puede que me equivoque.
Besitos
Creo que si las supera un poquito, pero no encontré manera de acortarlo más.
BorrarGracias por comentar!
Precioso. Muy ameno de leer y la encantadora torpeza de Victor da un toque particular al relato. Enhorabuena
ResponderBorrarQué lindo!!! Me gustó mucho como describiste el encuentro!! Saludos :)
ResponderBorrarBuen relato Daniela, ¡espero que Ana lo ayudara a encontrar un nuevo trabajo!
ResponderBorrarBesos, princesa.
Yo también lo espero!!! Gracias por comentar
BorrarHola!!!
ResponderBorrarMe gusto mucho!!!
Premio para vos!!
http://porquesimplementemegustaleer.blogspot.com.ar/2012/12/premio.html
Saludosss!
Hola Fernanda, gracias por el premio! En cualquier chancesito me pongo a ello, un abrazo linda!
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