Relato para el concurso de Nina-Neko

NOSTALGIA




Que hermosa tarde de otoño.

Desde aquí, puedo escuchar el trinar de los pájaros, y admirar su vuelo alto y libre, rápido, mientras emprenden el viaje de regreso a casa, donde sus familias los esperan.

También, percibo como se van extinguiendo los últimos rayos de sol mientras encienden el firmamento con su luz, llenándolo de miles de colores diferentes. Aunque mi vista ya no es la misma de antes, me siento aquí todas las tardes mientras el astro dorado baña de calidez a toda la ciudad, brillando en las ventanas de los altos edificios tan comunes hoy en día, pensando.

¿No es increíble la naturaleza?

Cada día hay un nuevo amanecer, que ilumina el nacimiento de esperanzas, sueños y alegrías. Cada mañana abro los ojos con un profundo deseo dentro de mi corazón. Ojalá tuviese el poder de revivir el pasado, no para cambiarlo, porque bien sabe Dios que no hay nada de lo que me arrepienta, solo quisiera, por una instante, poder verte una vez más.

Pero claro, así como inicia un día con la llegada del sol, él mismo se lo lleva al momento del atardecer. Siempre. Cada esperanza perdida, cada sueño no realizado muere con él. Tal vez nazca de nuevo otro día, tal vez no. Yo solo sé que cada tarde veo extinguirse la luz y tú ya no estás a mi lado. Lo intento. Intento ser fuerte y vivir el resto de mi tiempo con dignidad, pero a veces fallo. ¿Cómo puedo seguir viviendo como antes, si mi corazón me abandonó? Porque tú eras mi corazón. No hubo un día que no te lo dijera, porque no quería que tuvieses dudas al respecto. Eras mi corazón, siempre lo fuiste y siempre lo serás.

Algunos días evito pensar en eso, para que la desesperanza no me consuma y se lleve lo poco que queda del hombre que conociste. Pero es difícil. Más cuando te extraño tanto. Oh, Aubrey. ¡Cuánto te echo de menos!

Sobre todo en los momentos, como ahora, que la calidez del sol invade mi piel fría, como un triste substituto de tus manos. ¡Cuánto me enseñaste de la vida!, y ya no estás aquí para vivirla conmigo.

Tus preciosos ojos ya no pueden apreciar la manera en que el cielo se colorea de púrpura, naranja y rosa, como una aurora boreal en pleno septiembre. Ya no se abren cada mañana para mirarme con amor, incitándome a ser cada día un mejor hombre, un mejor esposo, un mejor padre. Ya no me vez, mi amor, para regañarme cuando comía un pastel azucarado malo para mi diabetes. Ahora solo puedo ver tu sonrisa en mi mente, y constantemente me pregunto tantas cosas: ¿Qué pensarás? ¿Cómo te encuentras? ¿Me estas mirando? ¿Te sientes orgullosa de mí, de tus hijos y nietos? ¿Eres feliz allá en donde estás? Yo espero que sí, no, yo deseo que sea así, porque tú sólo mereces lo mejor. Mereces ser amada aún más allá de la muerte.

Mi viejo corazón ya no es tan fuerte como antes, Aubrey. Me duele, cada vez más, cuando abro los ojos y no te veo a mi lado en la cama. Ya no siento tu calor entre las sábanas, ni tu aroma impregnándome. ¿Quién hubiese pensado que las cosas más cotidianas serían las más difíciles de soportar? Las noches frente a la chimenea, escuchando las noticias. O las navidades cuando venían los niños y pasábamos todo el día rodeados de risas y gritos. Que buenos eran aquellos momentos.

Por cierto, los niños están bien. Jack y Rose han tenido otro hijo este verano, Jamie. Ellos dicen que se parece a mí, pero yo no lo creo. Es decir, ¿En dónde pueden ver un parecido entre esa criatura lozana y maravillosa y un viejo arrugado como yo? Pero de algún modo, me hace sentir mejor. Amy ya va a la universidad, y creo que planea casarse con ese muchacho de Wisconsin con el que sale desde hace un año. Robert no quiere oír hablar del asunto, pero a mí me cae bien. Kasie y Emily cumplieron once años en abril, y de sobra está decir que ellas también te extrañaron mucho, sabes cómo les gustaba sentarse sobre tus rodillas y escucharte cantar. Maddie viene casi todos los días a verme, para asegurarse de que tome mis medicinas. ¡Ja! Como si alguna vez pudiera olvidarlas, llevo tanto tiempo tomándolas que mi cerebro coordina mis movimientos por si solo para ingerirlas. Y bueno, tantas y tantas cosas sobre todos que podría contarte, pero estoy seguro que tú los vez desde allá arriba, y los guías hacia la felicidad con esa sonrisa paciente que era tan tuya.

Es extraño, ¿No? Como la vida sigue su curso, y sin embargo tú ya no estás aquí.

Pero igual te siento. Hay incluso momentos en que juraría que puedo sentir tu mano en mi enjuta mejilla, apoyándome. Alentándome a no darme por vencido aún. En las noches, antes de quedarme dormido, puedo escuchar el susurro de tu voz, arrullándome igual que lo hacías cando tenían pesadillas alguno de los niños. Tal vez eso es lo que más extraño de no tenerte. Tu voz.

Puedo escucharte en mi cabeza, pero abro los ojos y no estás. Puedo verte con los ojos de mi imaginación, pero no puedo tocarte. ¿Por qué te fuiste tan pronto? No me diste tiempo para acostumbrarme a tu ausencia, digo, si es que alguna vez alguien pudiese acostumbrarse a la ausencia de un ser amado. No me diste la oportunidad de decirte una vez más que te amaba, de darte las gracias por todo lo que en vida me diste y que es incomparable a todo lo demás. No pude apretar tu mano en el momento final, ni sostenerte hasta que hubieses cruzado el camino. Hay tantas cosas que no pude hacer por ti…

¿Me escuchas alguna vez, Aubrey? ¿Te arrepientes de algo? Espero que no, eso sólo le minaría las pocas fuerzas que le quedan a mi corazón.

Dos años han pasado. Dos años sin ti. Y se siente como una maldita eternidad.

Ven a buscarme, Aubrey. Sabes que cada noche te espero, para poder ir contigo al paraíso de Dios.

Los chicos ya han crecido, tienen sus familias y sus vidas. Y sé que van a echarnos de menos a ambos, pero ellos lo entenderán. Saben, tan bien como yo, que estos dos años he sido un hombre incompleto, porque tú eres parte de mí, mi amor. Aún hoy, vives dentro de mi corazón, recorres mi sangre con tu amor, empañas mis ojos con tu belleza, saturas mi nariz con tu aroma y destruyes mi alma con tu ausencia.

Ahora voy a levantarme de esta silla, y regresar a la monotonía de mi existencia sin ti. Aunque me gustaría quedarme fuera para examinar las estrellas a ver si te encuentro en alguna de ellas, hace demasiado frío para mis cansados huesos. El invierno se acerca, para cubrirlo todo con su manto frío, incluso mis esperanzas.

Aún recuerdo cómo te gustaba el invierno, y como cada navidad me regalabas un suéter diferente tejido por ti. Quiero que sepas que los conservo todos, en el orden exacto en el que me fueron concedidos. Los tengo como un recuerdo más de lo que significas para mí, lo mucho que todavía te amo.

¿Sabes? Aún conservo tu jardín de rosas. Si. Invierto ciento sesenta dólares mensuales en el Sr. Freeman, el jardinero, para que lo mantenga tal cual como tú lo conservabas en vida. Cuando extraño tu aroma, me siento en medio del jardín e inhalo profundamente tantas veces como me permitan mis doloridos pulmones, y de una extraña manera, siento que estás de pie a mi lado, inspirando también el perfuma de las rosas en primavera. Tu época favorita del año. A veces sueño con que un día, vendrás a mí nuevamente y verás tu jardín intacto, y de alguna manera te sentirás orgullosa de mí y de lo que he logrado desde que te fuiste. ¿Raro verdad? Algunos días creo que estoy obsesionándome contigo, y eso no me gusta. Porque si no me obsesioné contigo en vida, no quiero obsesionarme con tu muerte, no es sano para ninguno de los dos.

No sé cuantas veces he reflexionado sobre esto. Cientas, miles tal vez. No he llevado la cuenta. Pero cada noche, cuando cierro los ojos pienso en todas las cosas que quisiera decirte y no puedo. Me mata, Aubrey. Como una enfermedad lenta y dolorosa. Que marchita todo dentro de mí, mis órganos, mis pensamientos, mis esperanzas… pero si hay algo que he aprendido en estos dos largos años, es que el amor tiene dos caras.

Tu y yo tuvimos suerte, y vivimos el amor bueno mientras estuvimos juntos. No fue siempre fácil, pero lo fácil nunca vale la pena, y no hay nada para mí que haya valido más la pena de luchar, que tu amor. Fuimos parte de algo mucho más grande que nosotros, de ese amor que te hace reír, soñar, volar… Ay Aubrey, pero nunca imaginamos cuán dura sería la caída. Porque desde que no estás, siento que estoy cayendo constantemente. Estoy desorientado, perdido y asustado. Nuestro amor no nació ni vivió de la costumbre. Nuestro amor fue puro, profundo e ilimitado. Tanto, que aún después de todos estos años juntos y ahora separados, yo te sigo amando.

Te amo.

Como el primer día en que te vi. Como te amé cuando aceptaste casarte conmigo, tanto como te amé cuando nacieron nuestros hijos, y tantas otras veces que ni siquiera puedo mencionar. Te amo, te amo, te amo… nunca lo dudes, mi amor. Yo jamás he dudado de ti.

Ahora estoy entrando a la casa que ambos construimos con esfuerzo y un montón inmenso de dedicación. Tal vez no sea la casa más grande, ni la más elegante de todas las que hay por aquí, pero fue nuestro hogar. Aquí vivimos todos nuestros buenos y malos momentos, en ella crecieron nuestros hijos, y dentro de ella aún perduran todos nuestros recuerdos. Están impresos en las paredes, llenándolas de color.

Cada vez que recorro con mis débiles pies los pasillos, escucho tu voz  tarareando en la cocina. Recuerdo una vez cuando Robert tenía diez años, y juntos organizamos una sorpresa para ti. Era tu cumpleaños. Pero ni siquiera nuestras mentes juntas superaban tu sabiduría de madre. Nunca pudimos sorprenderte en grande, porque siempre adivinabas nuestras intenciones. Que puedo decir, nunca fui bueno para la actuación, y menos si se trataba de esconderte algo a ti. De eso puedes estar segura, nunca te mentí. Y tú, para mi gran felicidad, jamás dudaste en aceptarme incluso con mis peores defectos.

Solías decir que yo era más obstinado de una mula de carga, temo que eso es verdad. ¿Sino cómo explicar el hecho de que aún estoy aquí, de pie y solo? También reconozco que soy orgulloso, a veces demasiado, y que no era el más apuesto de los hombres. Pero a tu lado me sentía como un rey. Tu belleza siempre me impactaba y, en ocasiones me preguntaba ¿Cómo alguien tan especial puede amarme a mí, que soy de lo más común? Tal vez nunca haya una respuesta lógica para eso, y lo agradezco a los cielos. Dios sabe que lo hubiese dado todo y más por vivir la vida que vivimos.

Ahora estoy entrando en nuestra habitación. Y el frío que templaba mi cuerpo poco a poco me abandona. De repente me siento tranquilo, en paz. Es como si tu espíritu me acompañara y envolviera los retazos de mi corazón derrotado. Estás aquí, velando por mí, empujándome un poco más hacia adelante, facilitándome el camino. Miro todas las fotos, ventanas a momentos pasados llenos de dicha y mi pecho se estruja frente a tu recuerdo. Siento las lágrimas inundar  mis ojos en todo momento, y sé que no debería llorar, porque tuve y tengo mucha suerte en mi vida. Pero no quiero tragármelas. No es signo de debilidad llorar por la persona que amas y que extrañas más que nada en el mundo.

Siempre admiraste mí fuerza Aubrey, pero ya se me acabó. Estoy agotado.

Exhausto.

Guíame, por favor, como tantas veces en el pasado. Toma mi mano y libérame de esta pesadilla que es no tenerte más.

Hoy, en el día de mi cumpleaños, regálame aquello que he deseado desde que te fuiste. Aquello que nadie más puede darme ahora.

Devuélveme la felicidad, querida. Llévame contigo por el camino correcto, hacia el futuro infinito que nos espera en la eternidad.

Estoy listo, mi amor.

Aquí, acostado en nuestra cama. Repaso constantemente todo lo que vivimos juntos y me siento feliz. Soy feliz sólo por haberte conocido. Por haber compartido tantos años a tu lado. Me diste tanta dicha y tanto amor, que sólo me queda una cosa más que pedir.

Estoy cerrando los ojos Aubrey. Y puedo sentirte, ya vienes por mí.

¡Al fin! Mis huesos pueden descansar. El peso de mi alma se debilita. Y sonrío. Porque pienso recibirte igual que siempre, con una sonrisa en mis labios. Estás contenta, también, puedo sentirlo. Y eso me da fuerza para dar el último paso.

Puedo verte, una vez más. Y mi corazón vuelve a latir con la expectativa de que no vamos a volver a separarnos jamás. Oh, mi amada Aubrey, cuánto te he extrañado desde que te fuiste. Pero eso ya no importa, porque has vuelto por mí.

Te amo Aubrey.

Tomas mi mano, y me guías a caminar junto a ti. Gracias Aubrey, por rescatarme de mi tortura. Gracias por amarme tanto como yo te amo. Y gracias, por venir a buscarme. Juntos, velaremos por todos los que nos aman también.

Gracias.

Tú y yo, vamos a amarnos para siempre.


FIN


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12 de febrero de 2012

Relato para el concurso de Nina-Neko

NOSTALGIA




Que hermosa tarde de otoño.

Desde aquí, puedo escuchar el trinar de los pájaros, y admirar su vuelo alto y libre, rápido, mientras emprenden el viaje de regreso a casa, donde sus familias los esperan.

También, percibo como se van extinguiendo los últimos rayos de sol mientras encienden el firmamento con su luz, llenándolo de miles de colores diferentes. Aunque mi vista ya no es la misma de antes, me siento aquí todas las tardes mientras el astro dorado baña de calidez a toda la ciudad, brillando en las ventanas de los altos edificios tan comunes hoy en día, pensando.

¿No es increíble la naturaleza?

Cada día hay un nuevo amanecer, que ilumina el nacimiento de esperanzas, sueños y alegrías. Cada mañana abro los ojos con un profundo deseo dentro de mi corazón. Ojalá tuviese el poder de revivir el pasado, no para cambiarlo, porque bien sabe Dios que no hay nada de lo que me arrepienta, solo quisiera, por una instante, poder verte una vez más.

Pero claro, así como inicia un día con la llegada del sol, él mismo se lo lleva al momento del atardecer. Siempre. Cada esperanza perdida, cada sueño no realizado muere con él. Tal vez nazca de nuevo otro día, tal vez no. Yo solo sé que cada tarde veo extinguirse la luz y tú ya no estás a mi lado. Lo intento. Intento ser fuerte y vivir el resto de mi tiempo con dignidad, pero a veces fallo. ¿Cómo puedo seguir viviendo como antes, si mi corazón me abandonó? Porque tú eras mi corazón. No hubo un día que no te lo dijera, porque no quería que tuvieses dudas al respecto. Eras mi corazón, siempre lo fuiste y siempre lo serás.

Algunos días evito pensar en eso, para que la desesperanza no me consuma y se lleve lo poco que queda del hombre que conociste. Pero es difícil. Más cuando te extraño tanto. Oh, Aubrey. ¡Cuánto te echo de menos!

Sobre todo en los momentos, como ahora, que la calidez del sol invade mi piel fría, como un triste substituto de tus manos. ¡Cuánto me enseñaste de la vida!, y ya no estás aquí para vivirla conmigo.

Tus preciosos ojos ya no pueden apreciar la manera en que el cielo se colorea de púrpura, naranja y rosa, como una aurora boreal en pleno septiembre. Ya no se abren cada mañana para mirarme con amor, incitándome a ser cada día un mejor hombre, un mejor esposo, un mejor padre. Ya no me vez, mi amor, para regañarme cuando comía un pastel azucarado malo para mi diabetes. Ahora solo puedo ver tu sonrisa en mi mente, y constantemente me pregunto tantas cosas: ¿Qué pensarás? ¿Cómo te encuentras? ¿Me estas mirando? ¿Te sientes orgullosa de mí, de tus hijos y nietos? ¿Eres feliz allá en donde estás? Yo espero que sí, no, yo deseo que sea así, porque tú sólo mereces lo mejor. Mereces ser amada aún más allá de la muerte.

Mi viejo corazón ya no es tan fuerte como antes, Aubrey. Me duele, cada vez más, cuando abro los ojos y no te veo a mi lado en la cama. Ya no siento tu calor entre las sábanas, ni tu aroma impregnándome. ¿Quién hubiese pensado que las cosas más cotidianas serían las más difíciles de soportar? Las noches frente a la chimenea, escuchando las noticias. O las navidades cuando venían los niños y pasábamos todo el día rodeados de risas y gritos. Que buenos eran aquellos momentos.

Por cierto, los niños están bien. Jack y Rose han tenido otro hijo este verano, Jamie. Ellos dicen que se parece a mí, pero yo no lo creo. Es decir, ¿En dónde pueden ver un parecido entre esa criatura lozana y maravillosa y un viejo arrugado como yo? Pero de algún modo, me hace sentir mejor. Amy ya va a la universidad, y creo que planea casarse con ese muchacho de Wisconsin con el que sale desde hace un año. Robert no quiere oír hablar del asunto, pero a mí me cae bien. Kasie y Emily cumplieron once años en abril, y de sobra está decir que ellas también te extrañaron mucho, sabes cómo les gustaba sentarse sobre tus rodillas y escucharte cantar. Maddie viene casi todos los días a verme, para asegurarse de que tome mis medicinas. ¡Ja! Como si alguna vez pudiera olvidarlas, llevo tanto tiempo tomándolas que mi cerebro coordina mis movimientos por si solo para ingerirlas. Y bueno, tantas y tantas cosas sobre todos que podría contarte, pero estoy seguro que tú los vez desde allá arriba, y los guías hacia la felicidad con esa sonrisa paciente que era tan tuya.

Es extraño, ¿No? Como la vida sigue su curso, y sin embargo tú ya no estás aquí.

Pero igual te siento. Hay incluso momentos en que juraría que puedo sentir tu mano en mi enjuta mejilla, apoyándome. Alentándome a no darme por vencido aún. En las noches, antes de quedarme dormido, puedo escuchar el susurro de tu voz, arrullándome igual que lo hacías cando tenían pesadillas alguno de los niños. Tal vez eso es lo que más extraño de no tenerte. Tu voz.

Puedo escucharte en mi cabeza, pero abro los ojos y no estás. Puedo verte con los ojos de mi imaginación, pero no puedo tocarte. ¿Por qué te fuiste tan pronto? No me diste tiempo para acostumbrarme a tu ausencia, digo, si es que alguna vez alguien pudiese acostumbrarse a la ausencia de un ser amado. No me diste la oportunidad de decirte una vez más que te amaba, de darte las gracias por todo lo que en vida me diste y que es incomparable a todo lo demás. No pude apretar tu mano en el momento final, ni sostenerte hasta que hubieses cruzado el camino. Hay tantas cosas que no pude hacer por ti…

¿Me escuchas alguna vez, Aubrey? ¿Te arrepientes de algo? Espero que no, eso sólo le minaría las pocas fuerzas que le quedan a mi corazón.

Dos años han pasado. Dos años sin ti. Y se siente como una maldita eternidad.

Ven a buscarme, Aubrey. Sabes que cada noche te espero, para poder ir contigo al paraíso de Dios.

Los chicos ya han crecido, tienen sus familias y sus vidas. Y sé que van a echarnos de menos a ambos, pero ellos lo entenderán. Saben, tan bien como yo, que estos dos años he sido un hombre incompleto, porque tú eres parte de mí, mi amor. Aún hoy, vives dentro de mi corazón, recorres mi sangre con tu amor, empañas mis ojos con tu belleza, saturas mi nariz con tu aroma y destruyes mi alma con tu ausencia.

Ahora voy a levantarme de esta silla, y regresar a la monotonía de mi existencia sin ti. Aunque me gustaría quedarme fuera para examinar las estrellas a ver si te encuentro en alguna de ellas, hace demasiado frío para mis cansados huesos. El invierno se acerca, para cubrirlo todo con su manto frío, incluso mis esperanzas.

Aún recuerdo cómo te gustaba el invierno, y como cada navidad me regalabas un suéter diferente tejido por ti. Quiero que sepas que los conservo todos, en el orden exacto en el que me fueron concedidos. Los tengo como un recuerdo más de lo que significas para mí, lo mucho que todavía te amo.

¿Sabes? Aún conservo tu jardín de rosas. Si. Invierto ciento sesenta dólares mensuales en el Sr. Freeman, el jardinero, para que lo mantenga tal cual como tú lo conservabas en vida. Cuando extraño tu aroma, me siento en medio del jardín e inhalo profundamente tantas veces como me permitan mis doloridos pulmones, y de una extraña manera, siento que estás de pie a mi lado, inspirando también el perfuma de las rosas en primavera. Tu época favorita del año. A veces sueño con que un día, vendrás a mí nuevamente y verás tu jardín intacto, y de alguna manera te sentirás orgullosa de mí y de lo que he logrado desde que te fuiste. ¿Raro verdad? Algunos días creo que estoy obsesionándome contigo, y eso no me gusta. Porque si no me obsesioné contigo en vida, no quiero obsesionarme con tu muerte, no es sano para ninguno de los dos.

No sé cuantas veces he reflexionado sobre esto. Cientas, miles tal vez. No he llevado la cuenta. Pero cada noche, cuando cierro los ojos pienso en todas las cosas que quisiera decirte y no puedo. Me mata, Aubrey. Como una enfermedad lenta y dolorosa. Que marchita todo dentro de mí, mis órganos, mis pensamientos, mis esperanzas… pero si hay algo que he aprendido en estos dos largos años, es que el amor tiene dos caras.

Tu y yo tuvimos suerte, y vivimos el amor bueno mientras estuvimos juntos. No fue siempre fácil, pero lo fácil nunca vale la pena, y no hay nada para mí que haya valido más la pena de luchar, que tu amor. Fuimos parte de algo mucho más grande que nosotros, de ese amor que te hace reír, soñar, volar… Ay Aubrey, pero nunca imaginamos cuán dura sería la caída. Porque desde que no estás, siento que estoy cayendo constantemente. Estoy desorientado, perdido y asustado. Nuestro amor no nació ni vivió de la costumbre. Nuestro amor fue puro, profundo e ilimitado. Tanto, que aún después de todos estos años juntos y ahora separados, yo te sigo amando.

Te amo.

Como el primer día en que te vi. Como te amé cuando aceptaste casarte conmigo, tanto como te amé cuando nacieron nuestros hijos, y tantas otras veces que ni siquiera puedo mencionar. Te amo, te amo, te amo… nunca lo dudes, mi amor. Yo jamás he dudado de ti.

Ahora estoy entrando a la casa que ambos construimos con esfuerzo y un montón inmenso de dedicación. Tal vez no sea la casa más grande, ni la más elegante de todas las que hay por aquí, pero fue nuestro hogar. Aquí vivimos todos nuestros buenos y malos momentos, en ella crecieron nuestros hijos, y dentro de ella aún perduran todos nuestros recuerdos. Están impresos en las paredes, llenándolas de color.

Cada vez que recorro con mis débiles pies los pasillos, escucho tu voz  tarareando en la cocina. Recuerdo una vez cuando Robert tenía diez años, y juntos organizamos una sorpresa para ti. Era tu cumpleaños. Pero ni siquiera nuestras mentes juntas superaban tu sabiduría de madre. Nunca pudimos sorprenderte en grande, porque siempre adivinabas nuestras intenciones. Que puedo decir, nunca fui bueno para la actuación, y menos si se trataba de esconderte algo a ti. De eso puedes estar segura, nunca te mentí. Y tú, para mi gran felicidad, jamás dudaste en aceptarme incluso con mis peores defectos.

Solías decir que yo era más obstinado de una mula de carga, temo que eso es verdad. ¿Sino cómo explicar el hecho de que aún estoy aquí, de pie y solo? También reconozco que soy orgulloso, a veces demasiado, y que no era el más apuesto de los hombres. Pero a tu lado me sentía como un rey. Tu belleza siempre me impactaba y, en ocasiones me preguntaba ¿Cómo alguien tan especial puede amarme a mí, que soy de lo más común? Tal vez nunca haya una respuesta lógica para eso, y lo agradezco a los cielos. Dios sabe que lo hubiese dado todo y más por vivir la vida que vivimos.

Ahora estoy entrando en nuestra habitación. Y el frío que templaba mi cuerpo poco a poco me abandona. De repente me siento tranquilo, en paz. Es como si tu espíritu me acompañara y envolviera los retazos de mi corazón derrotado. Estás aquí, velando por mí, empujándome un poco más hacia adelante, facilitándome el camino. Miro todas las fotos, ventanas a momentos pasados llenos de dicha y mi pecho se estruja frente a tu recuerdo. Siento las lágrimas inundar  mis ojos en todo momento, y sé que no debería llorar, porque tuve y tengo mucha suerte en mi vida. Pero no quiero tragármelas. No es signo de debilidad llorar por la persona que amas y que extrañas más que nada en el mundo.

Siempre admiraste mí fuerza Aubrey, pero ya se me acabó. Estoy agotado.

Exhausto.

Guíame, por favor, como tantas veces en el pasado. Toma mi mano y libérame de esta pesadilla que es no tenerte más.

Hoy, en el día de mi cumpleaños, regálame aquello que he deseado desde que te fuiste. Aquello que nadie más puede darme ahora.

Devuélveme la felicidad, querida. Llévame contigo por el camino correcto, hacia el futuro infinito que nos espera en la eternidad.

Estoy listo, mi amor.

Aquí, acostado en nuestra cama. Repaso constantemente todo lo que vivimos juntos y me siento feliz. Soy feliz sólo por haberte conocido. Por haber compartido tantos años a tu lado. Me diste tanta dicha y tanto amor, que sólo me queda una cosa más que pedir.

Estoy cerrando los ojos Aubrey. Y puedo sentirte, ya vienes por mí.

¡Al fin! Mis huesos pueden descansar. El peso de mi alma se debilita. Y sonrío. Porque pienso recibirte igual que siempre, con una sonrisa en mis labios. Estás contenta, también, puedo sentirlo. Y eso me da fuerza para dar el último paso.

Puedo verte, una vez más. Y mi corazón vuelve a latir con la expectativa de que no vamos a volver a separarnos jamás. Oh, mi amada Aubrey, cuánto te he extrañado desde que te fuiste. Pero eso ya no importa, porque has vuelto por mí.

Te amo Aubrey.

Tomas mi mano, y me guías a caminar junto a ti. Gracias Aubrey, por rescatarme de mi tortura. Gracias por amarme tanto como yo te amo. Y gracias, por venir a buscarme. Juntos, velaremos por todos los que nos aman también.

Gracias.

Tú y yo, vamos a amarnos para siempre.


FIN


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