Danielle
estaba hastiada de todo.
Eso
fue lo que concluyó en ese instante, mientras miraba las olas romper contra el
muro de piedras bajo sus pies.
Tanto
esfuerzo, tantas horas de sueño sacrificadas, viviendo en un país extraño. Todo
para nada. Todo para que el desgraciado de su jefe arruinara su carrera en la
empresa con su denigrante “Propuesta de
Negocios”
Pateó
el suelo rocoso con furia solo de recordarlo. ¿Cómo no hacerlo? Cualquier mujer
decente se sentiría ofendida. Y el muy cerdo la había mirado con aquella cara
de suficiencia, como si él fuera un manjar irresistible, y ella estuviera
demente por no considerar su obscena proposición.
Su feje la había
llamado a su oficina para hablarle de un asunto importante. A Danielle le
extrañó, pero no iba a cuestionar al presidente. Así que obedientemente se
presentó en su despacho, ricamente amueblado y claramente masculino. Él estaba
enfrascado en unos papeles revueltos sobre su escritorio, con su característica
expresión seria. Ella lo detalló rápidamente, admitiendo que, a los cincuenta y
tantos que tendría, Arthur Thompson aún conservaba ecos de su juvenil belleza.
El cabello color chocolate, con uno que otro hilo plateado por acá y por allá,
siempre estaba cuidadosamente peinado. Su rostro libre de barba, con esos ojos
oscuros que no se perdían ni un solo detalle de lo que pasaba en su empresa, su
nariz recta y labios duros. Acompañado todo por
sus impecables trajes de etiqueta y corbatas sobrias.
Era la imagen
perfecta de un ejecutivo de mediana edad, exitoso y distinguido. Pero Danielle
nunca lo había mirado con algo más allá de curiosidad. No como muchas de sus
otras compañeras, que secretamente suspiraban por el jefe.
—Hay una reunión con los presidentes de Skin
Products y Softly Beauty esta noche —le había dicho— y creo que sería bueno para ti asistir.
—¿En serio lo cree? —interrogó, un poco
perpleja por su comentario.
—Por supuesto. Si te interesa, ve como mi
acompañante. Mandaré el vestido que debes usar a tu dirección y pasaré a
buscarte a las ocho en punto.
—Pero Sr. Thompson. Eso no será necesario,
ninguna de las dos cosas —lo miró extrañada— Si llegamos juntos, la gente pensará algo indebido.
—¿Y tú? —inquirió levantándose de pronto
de su butaca presidencial y caminando hacia ella— No me digas que no te atrae la idea. Es una oportunidad única de lograr
lo que deseas en la empresa.
—Eres una mujer muy hermosa, e inteligente.
—Deténgase —pidió levantando ambas palmas
hacia él.
—No te hagas la inocente conmigo Danielle. Te
he estado observando.
Danielle no podía
creer el rumbo que estaba tomando toda la situación. No quería creerlo. Pero él
se lo estaba dejando más que claro con su actitud. Ella simplemente no lo vio
venir, así que trató en vano de sacudirse
la mano masculina cuando la tomó por el brazo, pero el tipo era mucho más
fuerte. Con brusquedad la acercó a él, pegándola a su traje Armani de mil
dólares.
—Deténgase, por favor. Esto no está bien. —Pidió
mientras forcejeaba para liberarse— Sr.
Thompson ¿Qué cree que está haciendo? ¡Suélteme ahora mismo!
—Vamos, vamos, tranquilízate. Sabes tan bien
como yo de lo que hablo. No es la gran cosa.
—¡Basta ya! —gritó, desesperada.
—Solo algunas noches, dos o tres. ¿Quién
sabe? Tal vez resultes una sorpresa— el desgraciado tuvo el descaro de
sonreírle— ¿No te agradaría, Danielle? Sé
que quieres un ascenso. ¿Tal vez con tu propia oficina?
Ella se removió con
fuerza, ofendida y sin poder creer lo que el hombre le estaba diciendo. ¿Pero,
se había vuelto loco? Le estaba ofreciendo acostarse con ella a cambio de su
ascenso. Ese que ella se merecía después de casi cuatro años de arduo trabajo. ¿Cómo
diablos había terminado todo así?
—No sé por quién me toma, pero ciertamente
nunca me acostaría con usted para conseguir lo que me he ganado con mi
esfuerzo.
Él la había mirado
circunspecto, ciertamente no contento con su respuesta. Pero no había terminado
de humillarla todavía. ¡Ah no! Claro que
no.
—Me temo que tenemos un conflicto de
intereses aquí. Ya sabes lo que quiero de ti, y lo conseguiré Danielle. A menos
que desees quedarte sin empleo.
Ella abrió sus
ojos, incrédula, ante la amenaza clara de su jefe. El muy cabrón iba a
despedirla si no aceptaba sus condiciones. ¡Maldito! Él y todos los condenados
hombres por creer que pueden utilizar a las mujeres cuando se les antoja.
Estaba furiosa,
dolida y ofendida. Pero su criterio nunca vaciló. Ni por un segundo se detuvo a
considerar sus palabras, porque no había ni un gramo de verdad en ellas. Si
caía en la trampa, se denigraría por puro gusto, porque él jamás le ayudaría a
escalar dentro de la estructura de la empresa. No, a él le convenía mantenerla
allí, justo donde podría manejarle.
—¿Y bien? ¿Qué respuesta me das? Mira que no
tengo todo el día, y esto ya se tardó bastante más de lo esperado.
—Lo siento —estaba tan molesta que solo
le salió un siseo furioso, en lugar de la voz firme que deseaba. Carraspeó— Me temo que tendré que declinar su generosa
oferta.
—¿Lo has pensado bien? —inquirió, como si
estuviera hablando del clima— No creo que
se vuelva a repetir esta oferta.
—No ha nada que pensar. Jamás pensé que usted
fuera esta clase de persona. Es decepcionante.
Él la miró por unos
segundos, analizando sus palabras. Como si estuviera considerando qué hacer
ahora. Danielle se preguntó si estaría reconsiderando lo de su despido. Pero no
le importó, de igual manera, ella no iba a quedarse trabajando para alguien
así.
—Adiós, Srta. Miller. Recoja su paga con mi
asistente. Que tenga un buen día.
Ella lo miró, sus
ojos empañados de decepción y vergüenza ajena, y se marchó. Recogió sus cosas
rápidamente, sin hacer caso a las miradas curiosas y perplejas de los demás, y
abandonó aquel despreciable lugar.
Y
así había terminado sola y desempleada en la playa. Mirando el acantilado
bañado por la fuerza violenta del océano y considerando seriamente si debería
saltar.
Para
su propia consternación —o alivio— era incapaz de dar el paso y acabar con su
vida. Por lo que deshizo el camino para regresar a su auto, pensando que
demonios iba a hacer de ahora en adelante.
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