Promesa bajo las Estrellas Cap6

¡Bueno ahora sí! Después de lo que me pareció una eternidad, les traigo el siguiente capítulo de Promesa Bajo las Estrellas. Había querido subirlo desde hace varios días pero mi blog estaba un poco loco y no me permitía publicar entradas. Lo escribí con todo mi corazón, espero de verdad que les guste, porque a mí me encantó. 

Entonces, ahora les dejo el capi, que lo disfruten...

**********

CAPÍTULO 6

–¿A dónde vamos? –preguntó Amanda ávida, mientras andaba con pasos torpes por el sendero a ciegas.
–Ya lo verás –dijo él, complacido por su curiosidad– es una sorpresa.
–Estaría mejor si pudiera ver por donde camino –sugirió ella.
–Yo te estoy guiando, no necesitas nada más.
–Entendido –rió.

Siguió caminando por aquella ruta que sólo él conocía guiada por las manos masculinas, emocionada por su iniciativa al actuar de esa manera. En realidad, no era una molestia para ella desconocer el sitio exacto a dónde se dirigían, ni tampoco tener los ojos vendados –aunque su curiosidad aumentaba a cada segundo– porque Raúl la llevaba sujeta por ambas manos y con mucha calma iba indicándole el paso. Confiaba en él plenamente, y esa forma de él de actuar con tanta galantería era una de las cualidades que más amaba de su carácter. Siempre atento, era absolutamente encantador cuando se lo proponía, como esa noche, por ejemplo: Había planeado una velada especial –según lo que le había dicho–. Por esa misma razón, había pasado a buscarla al final de su ronda en el hospital, para luego llevarla a casa, diciéndole  que tenía una sorpresa para ella.

Amanda había subido las escaleras flotando en una nube de felicidad. Emocionada,  había pasado horas decidiendo su vestuario –sorprendiéndose ella misma ante tal hecho–, maquillándose y con gran dedicación, peinándose el lacio cabello hasta quedar conforme. Finalmente, se miró en el espejo y sonrió. Estaba hermosa, en verdad. Pero no por la ropa o el maquillaje. Aquel brillo diferente a su mirada, esa sensación de plenitud que corría por sus venas y que le aceleraba el corazón se debía a algo completamente diferente. Algo mucho más complejo que nacía de lo más profundo de su alma. Su madre muchas veces le había mencionado que las mujeres enamoradas resplandecían allá en cualquier lugar que se encontraran. Y ese día, Amanda descubrió que tenía razón. Era distinto. Ella era diferente ahora, y bien sabía la razón. Ciertamente el amor cambiaba a la gente, y ella amaba muchísimo a ese hombre.

Y ahí estaban ahora, ¿Quién lo hubiera pensado? Un año atrás sus destinos ni siquiera se habían cruzado. Ahora sus caminos se habían juntado, fundiéndose en uno solo. Jamás, ni en sus más locos sueños, podría haber imaginado que encontraría tal dicha, y muchísimo menos de esa manera. Una noche estrellada, con un joven herido al que ayudó por pura cortesía y que hoy en día era una parte esencial de su vida, pues no lograba imaginarla sin él a su lado. Ciertamente los hilos del destino obraban de maneras muy curiosas.

–¿En qué estas pensando?

Amanda volvió a la realdad de golpe.  

–Solo recordaba la noche en que nos conocimos –murmuró mientras él le hacía subir por unos pequeños escalones– ¿Qué habría pasado si yo no hubiera salido a ayudarte? Tal vez ni siquiera nos hubiéramos conocido ¿No crees?
–No lo sé. No pienso mucho en eso, porque estás aquí conmigo ahora y eso es lo que me importa –musitó antes de depositar un tierno beso en las palmas de sus manos– Ya llegamos, princesa –dijo, y acto seguido le desató la venda que le cubría los ojos. Observó satisfecho la expresión anonadada de Amanda mientras contemplaba  lo que con tanto esmero había preparado para ella.

Se había pasado varias semanas planeándolo. Ciertamente, preparar una sorpresa para la mujer más importante de su vida era mucho más complicado de lo que hubiera imaginado. Por supuesto, él conocía a Amanda en cuanto a gustos y preferencias, y lo había planificado todo minuciosamente para impresionarla, pero no podía evitar sentirse nervioso hasta los huesos. Era la primera vez en toda su vida que hacía tanto esfuerzo para complacer a una chica. Pero eso era lo extraño del amor.

–¿Qué te parece? –interrogó con tono tranquilo, ocultando los repentinos nervios que de pronto le helaban el estómago.
–Es precioso…, no ¡Hermoso! –le dio un beso cortito en los labios– Muchas gracias.

Él dejó salir un casi imperceptible suspiro de alivio, para luego besarla nuevamente. Se separó renuente, porque deseaba besarla mucho más, pero tenía otros planes para esa noche con ella. –Si todo sale bien, podremos besarnos hasta que nos duelan los labios– pensó.

Amanda recorrió con sus ojos castaños cada parte del hermoso lugar que Raúl había preparado para ella. Era un amplio balcón con vista al lago. Un sitio precioso, donde el techo estaba compuesto por grandes tramos de cristal templado, que dejaban admirar el cielo negro en todo su esplendor, brindándole a toda el área un tenue brillo de la noche estrellada que se cernía sobre sus cabezas. Bajó la mirada y detalló la mesa que se hallaba en el centro de la habitación. Estaba decorada con manteles en tonos claros, y sobre ella había una vajilla blanca con copas a juego, tan brillantes y relucientes que parecían de mentiras. Todo era tan bonito…

–¿Qué te parece?

Ella simplemente se giró para verlo, tan apuesto con ese traje negro que parecía calzarle a la perfección. Llevaba el cabello un poco hacia atrás, ligeramente despeinado, y gracias a la sutil iluminación del lugar, reflejaba matices dorados. Su rostro se mostraba tranquilo, relajado, con sus bellos y provocadores labios curvados en una dulce sonrisa. Pero lo que Amanda hallaba más hermoso eran sus ojos. Esos preciosos círculos verde claro que parecían brillar más vivos que nunca esa noche. Ella no podía apartar la mirada, pues sus propios ojos se habían quedado atascados ahí, atrapados en esas gemas hermosas como el agua cristalina de un lago. Sentía que no podía respirar, pues su aliento hacía rato que él se lo había arrebatado.
Sencillamente se quedó ahí, de pie, mirándolo. Mientras su corazón tronaba más y más dentro de su pecho. No podía hablar, se había quedado sin palabras.

–¿Qué pasa? ¿Qué tienes? –su voz sonó sorprendentemente alarmada.

Ella negó con la cabeza, intentando decirle que se encontraba perfectamente. Pero el nudo en su garganta comenzó a deshacerse ante el brillo angustiado de los ojos masculinos.

–¿Amanda? –dijo agarrándola por los brazos– ¿Qué te sucede?
–Estoy bien, no me pasa nada –aseguró encontrando su voz. Levantó sus manos para acariciarle el rostro con ternura– Es solo que… todo esto, es muy hermoso. No tenías porqué hacerlo –susurró con una sonrisa apenada.

Raúl inhaló con fuerza, intentando tranquilizarse. Así que era eso. Amanda estaba avergonzada. Bueno, lo cierto es que él también se sentía un poco avergonzado. Pero bien que todo aquello merecía la pena si se trataba de verla sonreír.

–Es solo una pequeña muestra de lo mucho que te amo –le murmuró bajito, casi sobre sus labios.

Y entonces la besó. Deslizó sus labios sobre los suaves y provocadores labios femeninos capturándolos, devorándolos. Sus alientos se mezclaron, mientras los sentimientos se decían sin necesidad de hablarlos. Porque aquellos que se aman se comunican utilizando el lenguaje más antiguo del planeta.

–Yo también te amo– le afirmó ella entre jadeos.
–Bien, eso me encanta. Y no creas que no tengo ganas de seguir besándote, pero hay algo que debemos hacer antes –le dijo, señalándole la mesa.
–De acuerdo, dejaré que hagas todo tal y como lo planeaste –declaró con una sonrisita burlona.

La llevó hasta la mesa, donde ambos se sentaron. Para sorpresa de Amanda, no estaban totalmente solos en ese lugar. Había varias personas más: dos meseros, quienes llevaban y traían todo lo referente a la cena. También suponía que había un cocinero, porque todo estaba recién hecho y –debía admitir– verdaderamente delicioso. Y finalmente, una persona que les brindaba un poco de música, utilizando un bello piano de cola que había en una de las esquinas del salón.

Todo era como un sueño. Pero si en verdad estaba dormida, no deseaba despertarse jamás. Solo hubiera querido detener ese momento mágico. Sin embargo, era real. Y el tiempo siguió avanzando, aunque eso a ella no le importó, porque iba a guardarlo para siempre en su memoria.

La cena transcurrió realmente rápido. O era que la ansiedad que sentía Amanda parecía querer devorar los minutos con mayor celeridad. Cuando él se levantó de la mesa y la tomó de la mano para llevarla hacia la zona descubierta, el corazón de ella se aceleró más todavía. Sus manos temblaban ligeramente, presas de la proximidad del hombre.

Al final de la terraza había un elaborado barandal, dispuesto completamente al aire libre, pues no había cristal de por medio en esa parte entre ellos y el vasto cielo. Desde ahí, se podían apreciar las aguas oscuras y tranquilas de un lago en las lejanías. La luna plateada se reflejaba en la serena superficie, junto con los miles de puntos brillantes que esa noche la acompañaban.

Raúl contemplaba en silencio el tranquilo paisaje, intentando recordar con claridad las palabras que deseaba decirle. Lo había practicado tantas veces. Lo había memorizado todo, cada palabra. Y ahora su mente estaba en blanco. Tan solo estar cerca de Amanda y su cabeza daba vueltas, haciendo que sus pensamientos perdieran la coherencia. Esa noche se veía más hermosa que nunca. Con el sencillo vestido color coral que llevaba encima, y que se ajustaba a sus curvas. En realidad no era una prenda tan llamativa, pero en ella todo parecía mucho más sensual que en ninguna otra persona. Llevaba su largo y precioso cabello semirecogido, con varios mechones cayendo sobre sus suaves hombros y su espalda, y cada vez que se movía agitado por la brisa le llegaba el olor de su perfume de rosas. Sus labios rosados estaban sonrientes y los enormes ojos chocolates brillaban como estrellas, cegándolo por momentos. Era difícil respirar cerca de ella, y realmente el alocado pulso en sus oídos estaba dejándole sordo. Con determinación tomó una bocanada de aire. Ya era hora.

–Hey princesa. ¿Sabes qué día es hoy?
–Catorce de marzo –murmuró mirando su perfil, pues él aún contemplaba el panorama– Hoy hace un año desde que nos conocimos.
–Exactamente –dijo y la miró fijamente, sus ojos repletos de emoción– ¿Por qué piensas que te he traído aquí hoy?

Amanda se encogió de hombros, pues había intentado adivinar la respuesta toda la noche, sin éxito.

–No lo sé –declaró bajito.
–Te amo –expuso– y tú me amas– ella asintió– Amanda…
–¿Si?
– T- t-tu- tu…tu…

Alzó las cejas sorprendida, mientras luchaba con la sonrisa que se asomaba en sus labios. Nunca se hubiera imaginado a Raúl tartamudeando.

Él inhaló bruscamente y se giró por completo para sujetarla por los hombros, aunque cuando la tocó lo hizo con delicadeza.

–¿Te casas conmigo? –preguntó, mirándola fijamente.


2 Toque (s):

Lulai Leo dijo...

jujua... jaja... que lindo capitulo... El tartamudenado me causo gracia... jeje

Brianna Callum dijo...

Precioso capítulo, Dani.

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13 de septiembre de 2011

Promesa bajo las Estrellas Cap6

¡Bueno ahora sí! Después de lo que me pareció una eternidad, les traigo el siguiente capítulo de Promesa Bajo las Estrellas. Había querido subirlo desde hace varios días pero mi blog estaba un poco loco y no me permitía publicar entradas. Lo escribí con todo mi corazón, espero de verdad que les guste, porque a mí me encantó. 

Entonces, ahora les dejo el capi, que lo disfruten...

**********

CAPÍTULO 6

–¿A dónde vamos? –preguntó Amanda ávida, mientras andaba con pasos torpes por el sendero a ciegas.
–Ya lo verás –dijo él, complacido por su curiosidad– es una sorpresa.
–Estaría mejor si pudiera ver por donde camino –sugirió ella.
–Yo te estoy guiando, no necesitas nada más.
–Entendido –rió.

Siguió caminando por aquella ruta que sólo él conocía guiada por las manos masculinas, emocionada por su iniciativa al actuar de esa manera. En realidad, no era una molestia para ella desconocer el sitio exacto a dónde se dirigían, ni tampoco tener los ojos vendados –aunque su curiosidad aumentaba a cada segundo– porque Raúl la llevaba sujeta por ambas manos y con mucha calma iba indicándole el paso. Confiaba en él plenamente, y esa forma de él de actuar con tanta galantería era una de las cualidades que más amaba de su carácter. Siempre atento, era absolutamente encantador cuando se lo proponía, como esa noche, por ejemplo: Había planeado una velada especial –según lo que le había dicho–. Por esa misma razón, había pasado a buscarla al final de su ronda en el hospital, para luego llevarla a casa, diciéndole  que tenía una sorpresa para ella.

Amanda había subido las escaleras flotando en una nube de felicidad. Emocionada,  había pasado horas decidiendo su vestuario –sorprendiéndose ella misma ante tal hecho–, maquillándose y con gran dedicación, peinándose el lacio cabello hasta quedar conforme. Finalmente, se miró en el espejo y sonrió. Estaba hermosa, en verdad. Pero no por la ropa o el maquillaje. Aquel brillo diferente a su mirada, esa sensación de plenitud que corría por sus venas y que le aceleraba el corazón se debía a algo completamente diferente. Algo mucho más complejo que nacía de lo más profundo de su alma. Su madre muchas veces le había mencionado que las mujeres enamoradas resplandecían allá en cualquier lugar que se encontraran. Y ese día, Amanda descubrió que tenía razón. Era distinto. Ella era diferente ahora, y bien sabía la razón. Ciertamente el amor cambiaba a la gente, y ella amaba muchísimo a ese hombre.

Y ahí estaban ahora, ¿Quién lo hubiera pensado? Un año atrás sus destinos ni siquiera se habían cruzado. Ahora sus caminos se habían juntado, fundiéndose en uno solo. Jamás, ni en sus más locos sueños, podría haber imaginado que encontraría tal dicha, y muchísimo menos de esa manera. Una noche estrellada, con un joven herido al que ayudó por pura cortesía y que hoy en día era una parte esencial de su vida, pues no lograba imaginarla sin él a su lado. Ciertamente los hilos del destino obraban de maneras muy curiosas.

–¿En qué estas pensando?

Amanda volvió a la realdad de golpe.  

–Solo recordaba la noche en que nos conocimos –murmuró mientras él le hacía subir por unos pequeños escalones– ¿Qué habría pasado si yo no hubiera salido a ayudarte? Tal vez ni siquiera nos hubiéramos conocido ¿No crees?
–No lo sé. No pienso mucho en eso, porque estás aquí conmigo ahora y eso es lo que me importa –musitó antes de depositar un tierno beso en las palmas de sus manos– Ya llegamos, princesa –dijo, y acto seguido le desató la venda que le cubría los ojos. Observó satisfecho la expresión anonadada de Amanda mientras contemplaba  lo que con tanto esmero había preparado para ella.

Se había pasado varias semanas planeándolo. Ciertamente, preparar una sorpresa para la mujer más importante de su vida era mucho más complicado de lo que hubiera imaginado. Por supuesto, él conocía a Amanda en cuanto a gustos y preferencias, y lo había planificado todo minuciosamente para impresionarla, pero no podía evitar sentirse nervioso hasta los huesos. Era la primera vez en toda su vida que hacía tanto esfuerzo para complacer a una chica. Pero eso era lo extraño del amor.

–¿Qué te parece? –interrogó con tono tranquilo, ocultando los repentinos nervios que de pronto le helaban el estómago.
–Es precioso…, no ¡Hermoso! –le dio un beso cortito en los labios– Muchas gracias.

Él dejó salir un casi imperceptible suspiro de alivio, para luego besarla nuevamente. Se separó renuente, porque deseaba besarla mucho más, pero tenía otros planes para esa noche con ella. –Si todo sale bien, podremos besarnos hasta que nos duelan los labios– pensó.

Amanda recorrió con sus ojos castaños cada parte del hermoso lugar que Raúl había preparado para ella. Era un amplio balcón con vista al lago. Un sitio precioso, donde el techo estaba compuesto por grandes tramos de cristal templado, que dejaban admirar el cielo negro en todo su esplendor, brindándole a toda el área un tenue brillo de la noche estrellada que se cernía sobre sus cabezas. Bajó la mirada y detalló la mesa que se hallaba en el centro de la habitación. Estaba decorada con manteles en tonos claros, y sobre ella había una vajilla blanca con copas a juego, tan brillantes y relucientes que parecían de mentiras. Todo era tan bonito…

–¿Qué te parece?

Ella simplemente se giró para verlo, tan apuesto con ese traje negro que parecía calzarle a la perfección. Llevaba el cabello un poco hacia atrás, ligeramente despeinado, y gracias a la sutil iluminación del lugar, reflejaba matices dorados. Su rostro se mostraba tranquilo, relajado, con sus bellos y provocadores labios curvados en una dulce sonrisa. Pero lo que Amanda hallaba más hermoso eran sus ojos. Esos preciosos círculos verde claro que parecían brillar más vivos que nunca esa noche. Ella no podía apartar la mirada, pues sus propios ojos se habían quedado atascados ahí, atrapados en esas gemas hermosas como el agua cristalina de un lago. Sentía que no podía respirar, pues su aliento hacía rato que él se lo había arrebatado.
Sencillamente se quedó ahí, de pie, mirándolo. Mientras su corazón tronaba más y más dentro de su pecho. No podía hablar, se había quedado sin palabras.

–¿Qué pasa? ¿Qué tienes? –su voz sonó sorprendentemente alarmada.

Ella negó con la cabeza, intentando decirle que se encontraba perfectamente. Pero el nudo en su garganta comenzó a deshacerse ante el brillo angustiado de los ojos masculinos.

–¿Amanda? –dijo agarrándola por los brazos– ¿Qué te sucede?
–Estoy bien, no me pasa nada –aseguró encontrando su voz. Levantó sus manos para acariciarle el rostro con ternura– Es solo que… todo esto, es muy hermoso. No tenías porqué hacerlo –susurró con una sonrisa apenada.

Raúl inhaló con fuerza, intentando tranquilizarse. Así que era eso. Amanda estaba avergonzada. Bueno, lo cierto es que él también se sentía un poco avergonzado. Pero bien que todo aquello merecía la pena si se trataba de verla sonreír.

–Es solo una pequeña muestra de lo mucho que te amo –le murmuró bajito, casi sobre sus labios.

Y entonces la besó. Deslizó sus labios sobre los suaves y provocadores labios femeninos capturándolos, devorándolos. Sus alientos se mezclaron, mientras los sentimientos se decían sin necesidad de hablarlos. Porque aquellos que se aman se comunican utilizando el lenguaje más antiguo del planeta.

–Yo también te amo– le afirmó ella entre jadeos.
–Bien, eso me encanta. Y no creas que no tengo ganas de seguir besándote, pero hay algo que debemos hacer antes –le dijo, señalándole la mesa.
–De acuerdo, dejaré que hagas todo tal y como lo planeaste –declaró con una sonrisita burlona.

La llevó hasta la mesa, donde ambos se sentaron. Para sorpresa de Amanda, no estaban totalmente solos en ese lugar. Había varias personas más: dos meseros, quienes llevaban y traían todo lo referente a la cena. También suponía que había un cocinero, porque todo estaba recién hecho y –debía admitir– verdaderamente delicioso. Y finalmente, una persona que les brindaba un poco de música, utilizando un bello piano de cola que había en una de las esquinas del salón.

Todo era como un sueño. Pero si en verdad estaba dormida, no deseaba despertarse jamás. Solo hubiera querido detener ese momento mágico. Sin embargo, era real. Y el tiempo siguió avanzando, aunque eso a ella no le importó, porque iba a guardarlo para siempre en su memoria.

La cena transcurrió realmente rápido. O era que la ansiedad que sentía Amanda parecía querer devorar los minutos con mayor celeridad. Cuando él se levantó de la mesa y la tomó de la mano para llevarla hacia la zona descubierta, el corazón de ella se aceleró más todavía. Sus manos temblaban ligeramente, presas de la proximidad del hombre.

Al final de la terraza había un elaborado barandal, dispuesto completamente al aire libre, pues no había cristal de por medio en esa parte entre ellos y el vasto cielo. Desde ahí, se podían apreciar las aguas oscuras y tranquilas de un lago en las lejanías. La luna plateada se reflejaba en la serena superficie, junto con los miles de puntos brillantes que esa noche la acompañaban.

Raúl contemplaba en silencio el tranquilo paisaje, intentando recordar con claridad las palabras que deseaba decirle. Lo había practicado tantas veces. Lo había memorizado todo, cada palabra. Y ahora su mente estaba en blanco. Tan solo estar cerca de Amanda y su cabeza daba vueltas, haciendo que sus pensamientos perdieran la coherencia. Esa noche se veía más hermosa que nunca. Con el sencillo vestido color coral que llevaba encima, y que se ajustaba a sus curvas. En realidad no era una prenda tan llamativa, pero en ella todo parecía mucho más sensual que en ninguna otra persona. Llevaba su largo y precioso cabello semirecogido, con varios mechones cayendo sobre sus suaves hombros y su espalda, y cada vez que se movía agitado por la brisa le llegaba el olor de su perfume de rosas. Sus labios rosados estaban sonrientes y los enormes ojos chocolates brillaban como estrellas, cegándolo por momentos. Era difícil respirar cerca de ella, y realmente el alocado pulso en sus oídos estaba dejándole sordo. Con determinación tomó una bocanada de aire. Ya era hora.

–Hey princesa. ¿Sabes qué día es hoy?
–Catorce de marzo –murmuró mirando su perfil, pues él aún contemplaba el panorama– Hoy hace un año desde que nos conocimos.
–Exactamente –dijo y la miró fijamente, sus ojos repletos de emoción– ¿Por qué piensas que te he traído aquí hoy?

Amanda se encogió de hombros, pues había intentado adivinar la respuesta toda la noche, sin éxito.

–No lo sé –declaró bajito.
–Te amo –expuso– y tú me amas– ella asintió– Amanda…
–¿Si?
– T- t-tu- tu…tu…

Alzó las cejas sorprendida, mientras luchaba con la sonrisa que se asomaba en sus labios. Nunca se hubiera imaginado a Raúl tartamudeando.

Él inhaló bruscamente y se giró por completo para sujetarla por los hombros, aunque cuando la tocó lo hizo con delicadeza.

–¿Te casas conmigo? –preguntó, mirándola fijamente.


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